“Cuando me dijeron que Santa Fe me quería, mi primera reacción fue decir no. ¿Colombia?, no”. Lleno de prejuicios, así se recuerda el futbolista venezolano Luis Manuel Seijas Gunther, cuando pensó en la posibilidad de llegar a una Bogotá que no quiso hasta que conoció. Era diciembre de 2007. Dos meses más tarde, con apenas 21 años, Fernando ‘el Pecoso’ Castro lo puso a debutar en el medio campo albirrojo y en su primera temporada se ganó un puesto en la titular. El palmarés de Seijas en Santa Fe, una década después, habla de la conquista de una Copa Colombia, luego de una sequía de títulos de 36 años; una Liga Águila, una Superliga y, por primera vez en la historia de un equipo colombiano, una Copa Sudamericana.
Hoy Seijas tiene una vida hecha en Bogotá. Se convirtió en ídolo cardenal, se casó en 2013 con la venezolana Paula Salinas y tuvo dos hijas, una de ellas colombiana. Se fue dos veces, dos veces volvió y, si todo sale según sus planes, sus últimos días como jugador profesional serán en Santa Fe.
Juega en el club de sus amores, al punto que lleva al león tatuado en el brazo derecho, Colombia es su casa y está en proceso de obtener la nacionalidad colombiana, pero el ‘Chamo’, como le dicen en el equipo, sabe que “nunca se deja de ser un inmigrante”.
Luis Manuel Seijas celebra el triunfo de Santa Fe en la final de la Copa Sudamericana el 9 de diciembre de 2015 en Bogotá. Luego de una dramática definición desde el punto penal, el equipo albirojo venció a Huracán de Argentina y se coronó como el primer campeón colombiano de este torneo internacional. © GUILLERMO TORRES | SEMANA
Nació hace 32 años en Valencia, capital del estado Carabobo en Venezuela. Creció en una familia acomodada en esa ciudad industrial, pequeña si se compara con Bogotá y a 40 minutos del mar. “Los viernes, sábados y domingos eran de arena y sol. Con mis hermanos y casi toda mi familia cerca fue una infancia en la que, si tuviera que resumir, fui feliz”, recuerda. A los 17 años, una edad en la que un jugador debe saber si el fútbol será un hobby o una profesión, se fue por primera vez a probar suerte al Banfield de Argentina. Nunca más volvió a vivir en Valencia.
Después de dos años de pelear por un puesto en ‘el taladro’, decidió regresar a Venezuela en 2007 a jugar en el Deportivo Táchira. Allí compartió camerino con Frankie Oviedo, exjugador del América de Cali y de la Selección Colombia. A través de su representante llegó a Bogotá en 2008. Sus tres años en Santa Fe fueron el trampolín para jugar en Europa con el Standard de Lieja, de Bélgica.
Volvió al León en 2014 y en el 2016 se fue a Brasil, y tras un paso discreto en el Inter de Portoalegre y Chapecoense, volvió a Santa Fe a mediados de 2018. El presidente César Pastrana, como si fuera un hijo, le dejó claro que en Bogotá siempre estaría su casa y la camiseta con el dorsal 20 del expreso rojo. En todo caso, Seijas no deja de ser ese mediocentro aplicado que se hizo en las canchas de Valencia, que no pierde el acento, ‘el chamo’. El fútbol, la profesión que lo llena de alegrías, también le ha dado a Seijas una vida de extranjero durante los últimos 13 años.
En 2006, cuando Seijas tomaba un avión hacia Buenos Aires, en Venezuela apenas empezaban los síntomas de crisis, pero aún no se presagiaba que, una década después, millones de venezolanos saldrían del país por la inseguridad, la escasez de alimentos y la hiperinflación. El momento en que decidió partir, y su profesión, lo tienen hoy en una posición diferente a la de los otros migrantes que buscan en Colombia, como él lo hizo hace 10 años, una nueva oportunidad. Él lo sabe. “Como futbolista uno tiene la ventaja de que como se viene a trabajar ya tiene todo servido, los temas legales, la visa de trabajo, los documentos, todo. Y más en un país como Colombia en donde el fútbol es lo que es”, reconoce.
Luis Manuel Seijas ha jugado 245 partidos con la camiseta del León. Si todo sale según sus planes, sus últimos años como jugador profesional serán en Santa Fe. © GUILLERMO TORRES | SEMANA
Pero Luis Manuel también es un emigrante. Salió en busca de un mejor futuro profesional: “el fútbol en Venezuela no es fuerte y yo sabía que tenía que irme”, recuerda. Como cualquier otro extranjero, tuvo que adaptarse a la vida de un país ajeno, lejos del lugar donde nació y separado de su familia. Aunque el fútbol ha hecho más fácil el proceso, Seijas tuvo suerte, no solo se ganó el cariño de toda una hinchada, sino que por fuera de las canchas encontró un país similar: “Venezuela y Colombia son muy parecidas. En la comida, en la manera de vivir. Esa felicidad y esa forma de ser del colombiano ayudó mucho a que yo me sintiera aquí como en casa”, concluye.
“Hoy en día a los venezolanos nos conocen como las familias Skype o como las familias WhatsApp. Eso es una realidad. Es muy difícil decir ‘qué chévere, ya llegan las vacaciones, voy a verme con mi familia’, porque todos están regados por el mundo”, cuenta Seijas desde la sede deportiva de Santa Fe, en Tenjo, a las afueras de Bogotá. A más de mil kilómetros de distancia, en Valencia, solo le quedan sus papás, que todavía se niegan a dejar la vida que construyeron durante más de 40 años. Pero los demás, sus hermanos, cuñados y amigos sí se fueron, igual que lo hicieron, según la última estimación de Naciones Unidas, cerca de 3 millones de venezolanos más. Después de pensar un poco en la pregunta, el mismo Seijas reconoce que si no fuera futbolista también se habría ido del país.
La gravedad de la crisis ha hecho que, incluso para migrantes privilegiados como él, la vida sea diferente.
«La crisis la vivimos todos, porque, al final, todos dejamos algo en Venezuela. Así yo tenga más de 12 años jugando por fuera, siempre he tenido una parte de mí allá»
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Su paso por Brasil mantuvo a Seijas lejos de Colombia durante dos años, justo en uno de los periodos más críticos para Venezuela. Cuando volvió a Bogotá se encontró de frente con la magnitud de la crisis. “Cuando yo me fui uno no veía venezolanos en la calle. Ahora hay niños, y cuando eres padre sabes que un niño es feliz con muy poco, pero hasta eso lo quitó la crisis”, asegura. Quizás por ese choque emocional, apenas tres meses después de su regreso a Santa Fe, se convirtió en el primer futbolista latinoamericano en ser embajador de Common Goal, una organización internacional que busca vincular las causas sociales con el fútbol, la industria más lucrativa del deporte.
La beneficiaria de sus aportes será la Fundación Tiempo de Juego en Soacha, que empezó en 2008 como una escuela de fútbol en Altos de Cazucá, y hoy atiende a más de 2.000 niños en situación de vulnerabilidad, que ya no son solo víctimas del desplazamiento interno, sino, cada vez más, menores que llegan desde Venezuela. “Toda ayuda es poca, pero hace la diferencia. Uno como figura pública vive un poco el dolor de todos y se siente en la obligación de ser local en la situación”, explica.
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La crisis en Venezuela ha llegado a permear a la selección nacional de fútbol, un escenario que parecía inmune a los reveses políticos y económicos. “Defender a tu país no se compara con nada”, dice orgulloso Seijas, pero después reconoce que cada vez es más difícil jugar con la Vinotinto. “En términos de patrocinios, de indumentaria, el traslado de jugadores, es un caos total. Las entradas, los promotores de los partidos obviamente quieren recibir lo que invierten, las ganancias, pero hoy en día es muy difícil para un venezolano pagar una entrada”, advierte.
A pesar de todo esto, para jugadores como Seijas, que llevan en la selección más de 12 años, “el deporte en Venezuela siempre hace que se olvide todo”. Y en esta época de crisis, la Vinotinto logra algo que solo el fútbol puede hacer: unir. Lo hizo el año pasado cuando la selección sub 20 obtuvo el subcampeonato del mundo, y lo hace ahora al alcanzar la posición 29 en la clasificación mundial de la FIFA, la mejor en su historia.
“Nosotros fuimos cuartos en 2011 en la Copa América y ya en ese entonces había mucha polarización, pero durante un mes la gente se olvidó de todo. Solo pensaban en los partidos de la selección sin importar si te gustaba el gobierno o no”, recuerda. Su historia en la selección se detuvo hace dos años tras un partido definitivo contra Argentina, en la Copa América Centenario, cuando desperdició un penal que le daba vida a la Vinotinto. Por ese error, su familia y él recibieron cientos de insultos y amenazas por redes sociales.
«Tengo 13 años jugando fútbol profesional y el error y el acierto hacen parte de esto, es completamente normal. Pero lo que pasó después no lo es»
Luis Manuel Seijas
“Vi reflejado un poco lo que vivimos hoy como sociedad. Cómo el venezolano es fanático, incluso en los deportes”, concluye Luis Manuel cuando explica por qué duró tanto tiempo por fuera.
Pero el fútbol es de segundas oportunidades, y la posibilidad de volver a vestir la camiseta de la selección, ahora al mando de Rafael Dudamel, está vigente. Pero aún no sabe qué decir ante la pregunta de si algún día volverá a vivir en Venezuela. “Uno extraña la sensación de lo que uno vivió allá, pero hoy en día eso que uno recuerda ya no está más”. Deja pasar unos segundos en silencio y hace una pregunta, acaso para sí mismo: “¿Volver a qué?”.