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Proyecto Venezuela | Una migrante que cura las heridas de otros migrantes

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Un proyecto de:

Una migrante que cura las heridas de otros migrantes

Una migrante que cura las heridas de otros migrantes


Por: Maria Mesa Rivera @MariaMesar_22

La vocación de servicio en esta brasilera está viva desde que tenía cuatro años. La descubrió cuando intentó escapar de su casa porque quería viajar a África a ayudar a los niños. Su madre salió a buscarla pero, después de escuchar la justificación de la huída, la abrazó y le prometió que podría hacerlo cuando estuviera más grande. 

En la búsqueda de lograr su sueño, Teresinha ingresó a los 16 años a la congregación Scalabriniana de San Carlos Borromeo, en Brasil, y allí se convirtió en hermana misionera. Aunque el destino no la envió a otro continente, como lo planeaba desde niña, la guió para que atendiera a población vulnerable en un país latinoamericano. 

A finales de los 90, años de mucha violencia en Colombia, esta brasileña aterrizó en el país para servir, informar y orientar a los desplazados que llegaban a la Terminal de transportes de Bogotá en busca de oportunidades. Dos décadas después, Teresinha continúa son su labor. Ahora brinda a colombianos y extranjeros, principalmente venezolanos, atención humanitaria en varios lugares de la ciudad.

 

Con el apoyo del cardenal Mario Revollo y la arquidiócesis de Bogotá, Teresinha y su congregación crearon la Fundación de Atención al Migrante, que ya completa 19 años ayudando a miles de personas sin recursos en la ciudad. 

En el centro de atención, esta hermana es la secretaria ejecutiva. Con la ayuda de nueve colaboradores, atienden diariamente a cerca de 100 migrantes, que reciben alimentación, ayuda psicosocial, ropa y alojamiento. Aunque la casa donde funciona la fundación es pequeña y sus habitaciones apenas tienen cupo para 36 personas, en ocasiones reciben hasta a 50 venezolanos que necesitan ayuda. Aun en los días de más cansancio, Teresinha siempre está dispuesta a curar los pies heridos de los migrantes que caminan desde la frontera para llegar a Bogotá.

A sus 63 años y con una larga experiencia en la atención a los más vulnerables, Teresinha no puede evitar conmoverse cuando las manos no son suficientes para ayudar a quienes lo necesitan. “A  veces me angustia ver a niños y madres embarazadas que se quedan afuera de la casa,  porque no alcanzan cupo, pero siempre le entrego todo a Dios y pienso en las personas que salen de la casa con una sonrisa”, dijo. Para la hermana, quien asegura que llamarse misionera es un sueño cumplido, atender a los migrantes ha sido un gran reto porque es una población que va en aumento y cada vez llega en peores condiciones.

 


Su experiencia como migrante le facilita interactuar con los venezolanos que llegan a la fundación, incluso con quienes llegan con actitudes agresivas. “Este  país nos está acogiendo con los brazos abiertos, hay que aportar algo para que los colombianos nos ayuden y podamos tener una vida armónica", les dice. 

Aunque su trabajo no es fácil, Tereshina está convencida de que el mayor aprendizaje de su labor es que nunca se debe perder la esperanza. Ver la ilusión de lucha y ganas de salir a delante la llenan de fortaleza para servir por muchos años más. 

En algunos momentos se llena de angustia, porque los recursos no son suficientes o porque la casa no tiene habitaciones para todos los venezolanos que llegan en busca de albergue. Sin embargo, a punta de fe, cambia esos pensamientos gracias a las sonrisas y abrazos que los niños le brindan al despedirse. “Ver caras de felicidad y esperanza es el mejor signo de agradecimiento y la cura para los días difíciles”, afirmó.

 






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