Sergio Castellanos llegó hace tres años a Medellín con nada más que un inmenso talento para el dibujo y la música urbana. En busca de reunirse con su madre, y cumplir sus sueños llegó del estado Carabobo, en Venezuela, y se instaló en la Comuna 13, en las encumbradas montañas del oriente de la capital antioqueña.
A juzgar por las cifras de violencia y homicidios con las que arrancó el 2020 en ese lugar, Sergio no tendría allá muchas oportunidades. De hecho, y pese a los ingentes esfuerzos de esa comuna por quitarse el lastre de haber sido la cuna de sicarios de Pablo Escobar en los años 80 o escondite de guerrilleros y paramilitares en los 90, la pobreza y la falta de oportunidades parecen no querer mudarse del populoso barrio. Sergio, sin embargo, no podía pagar un arriendo en otro lugar.
Aún así, la esperanza estaba por brillar. En medio de los recovecos del barrio, este joven de 20 años, tatuador y diseñador gráfico, se encontró con Casa Morada, un refugio para venezolanos que le recomendó alguien en un semáforo. Desde entonces, no ha dejado de asistir. Él y otros 200 jóvenes colombianos y venezolanos, llegan todos los días hasta el lugar, en el sector de San Javier, rodeado por grafitis, mandalas, aves, felinos y signos musicales. “De Venezuela llegan chicos muy talentosos. Artistas tremendos en busca de acompañamiento y apoyo. Y eso es lo que hacemos en este lugar. Recibirlos y apoyarlos” dice Wilmar Botina Toro, uno de los promotores.
“Morada es de morar, habitar, ser, en un lugar donde los asistentes puedan descubrir para qué son buenos y aportar su talento a la sociedad”: William Botia. © Casa Morada.
Se trata de un proyecto que nació de la Fundación Casa de las Estrategias, una organización que desde 2001 apoya procesos de jóvenes para alejarlos de las calles y, ahora, para brindar oportunidades culturales a los migrantes, que en Colombia ya son 1,9 millones. Casa Morada, o solamente Morada –como le dicen– es un espacio de talleres e intercambio cultural que ya es reconocido y muy concurrido y en donde todos tienen cabida, desde los paisas de las comunas hasta colombianos retornados y migrantes con estatus migratorio regular o irregular. Ellos, precisamente, se han encargado de difundir la existencia del lugar.
“Llegué al grupo tratando de encontrarme, con ganas de explotar mi talento en la música. Aquí me abrieron la oportunidad y sentí el apoyo de hermanos, sin nacionalidad, solo personas haciendo música”, agregó Sergio.
Casa Morada es un espacio de libertad para que los venezolanos hagan vida a través del arte. De ahí su nombre. “Morada es de morar, habitar, ser en un lugar donde los asistentes puedan descubrir para qué son buenos y aportar su talento a la sociedad”, siguió Botia.
Entre líricas y trazos artísticos, las diferencias entre Colombia y Venezuela se han desdibujado. Se produce igual, solo que con acentos distintos, letras de rap, grafitis, ritmos de hip hop. También se baila breakdance y se escribe. Periodistas, ciudadanos, juventudes literarias y migrantes venezolanos son algunas de las poblaciones que asisten al colectivo morado.
Nicolás Morales, de Aragua, Venezuela, lleva seis meses en Frontera Morada en Cúcuta, el espacio que integra a colombianos y venezolanos en Norte de Santander. © Cortesía Nicolás Morales.
Quienes participan de Casa Morada pueden encontrar diferentes formas de expresión. Manualidades, tejido, música, danza, rap, cine y literatura son algunas de ellas. Además, tardes para compartir café y debatir, y la emisora comunitaria Morada Estéreo. Cualquiera se puede inscribir, siempre que tenga entre 12 y 29 años. Es un círculo cultural que busca proteger a los jóvenes de las calles. Antioquia es el quinto departamento con mayor recepción de migrantes, después de Bogotá, Norte de Santander, La Guajira y Atlántico.
En Medellín viven 78.622 migrantes venezolanos, 32.562 de forma irregular y 46.060 de forma regular, según cifras de Migración Colombia. Esto convirtió a la capital antioqueña –que era un territorio de tránsito– en receptor. De ahí, que se formen tantos espacios de integración cultural bajo la no estigmatización de la población venezolana. Sin embargo, Medellín y la Comuna 13 siguen siendo un espacio de amenaza latente.
«En una sociedad que prohíbe todo, es necesario que existan espacios donde los jóvenes puedan expresar lo que sienten. Este es su lugar, una casa llena de disculpas y pretextos para amar, habitar y encontrarse».
Wilmar Botina Toro, coordinador Frontera morada.
En lo que va del 2020, nueve asesinatos se reportaron en la comuna San Javier, y en las últimas 48 horas, seis homicidios, de los cuales, uno era artista de Casa Morada. Según la Policía, los hechos tienen que ver con la reactivación del conflicto en la lucha por el territorio entre las bandas delincuenciales La Agonía, Peñitas y el Coco.
El programa, que inició en Medellín, fue replicado hace un año en Cúcuta bajo el nombre de Frontera Morada, en el barrio Motilones. Allí, 180 venezolanos conviven permanentemente en música, tejido, periodismo y ciencia. El concepto de habitar o morar de Medellín se mantuvo y logró acoger a 300 venezolanos y colombianos. Algunos de los cuales han logrado cumplir los sueños que traían desde Venezuela. Nicolás Natera Morales es uno de ellos.
Este venezolano de 20 años, nacido en el estado de Aragua, llegó a Cúcuta hace seis años en busca de un contrato musical. Ingresó por Norte de Santander y, por recomendación de sus hermanos, llegó a Frontera Morada. Allí, con la esperanza de fortalecer una carrera músical que había formalizado en su país desde los 18 años, ingresó.
Doscientos venezolanos asisten a la `Morada´ en Medelllín y Cúcuta. © Frontera Morada.
Lleva seis meses. Quedó encantado con el lugar desde el primer día y empezó a asistir frecuentemente. “El morado no es por el color, es por la familia de la que haces parte desde el primer día. Yo compongo mis canciones y aporto desde la música”, dijo el venezolano, que ya logró formar su propio colectivo Zona Musical. Una oportunidad en la que rescata el lado humano de los artistas y que consolidó con el apoyo de la casa.
El asesor del proyecto cree que en la ciudad de frontera hay menos xenofobia que en Medellín. “El cucuteño es 85 por ciento venezolano, ha vivido en frontera siempre. Lo que sí hemos encontrado es aporofobia –miedo a los pobres– y es el rechazo que tienen hacia los migrantes sin recursos”. Sobre eso, Botina, que ha sido parte del proceso cultural de ambas casas, tanto en Medellín como en Cúcuta, tiene su propio argumento: el cubrimiento que hacen los medios de comunicación incrementa el rechazo. Por eso, convertir Casa Morada y Frontera Morada en refugios para migrantes parece la prioridad.
“Quisimos expandir las opciones culturales para los migrantes. En Cúcuta, solo existía la biblioteca pública, entonces buscamos generar un espacio abierto para todos”, siguió Botina. Sin talleristas para cada temática a falta de presupuesto, decidieron que los jóvenes más avanzados coordinaran los procesos de otros jóvenes.
Ver más allá de la violencia callejera es el objetivo, por eso, asocian a jóvenes de la ciudad con procesos de cultura. La metodología de integración ha sido replicada por organizaciones en algunas ciudades de Latinoamérica y Europa. En ambas ciudades, las clases son de lunes a viernes de 1 a 5 pm. En este espacio, los migrantes comparten como familia y olvidan por un rato que están lejos de su país.
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