Gabriel Acosta es uno de los dos millones de usuarios de Transmilenio, el sistema de transporte masivo de Bogotá. Siempre anda bien vestido. Usa chaquetas oscuras, zapatos tipo sperry y un bolso deportivo del que, de repente, saca un paquete de dulces cuando el bus empieza a andar. Los otros pasajeros se percatan y lo miran con mezcla de aburrimiento y hastío. Gabriel continúa aunque sabe lo que piensan; “otro vendedor ambulante más”. No mienten, por eso Gabriel se excusa y empieza a recitar un discurso que se sabe de memoria, como cualquier otro vendedor, pues lo repite diariamente desde hace seis meses en cada vagón de cada Transmilenio al que logra subirse.
Por su acento se sabe que es venezolano, y en el sistema de transporte hay cientos como él. Pero no es cualquier vendedor. Hasta ese momento no ha logrado captar la atención de muchas personas. Unos finjen estar dormidos, otros miran por la ventana, otros, si llevan audífonos, pretenden que la música está muy alta como para poder escucharlo. La escena continúa así hasta que se oye, en medio del ruidaje de los frenazos y las puertas automáticas, un dato particular:
«En mi país, Venezuela, soy médico cirujano (...) Si alguno de ustedes presenta una inquietud sobre salud o alguna enfermedad, con mucho gusto yo podré colaborarles»...
Escucha aquí a Gabriel interactuando con los pacientes en Transmilenio
Es egresado de la Universidad de Carabobo. Tiene 25 años, los suficientes para tener la fuerza de ir de bus en bus, desde las 7 de la mañana, como vendedor ambulante. Aunque quiere ejercer su profesión, no puede, y de algo tienen que vivir él y las nueve personas por las que responde. Gabriel tiene esposa y dos hijos, una niña de cinco años y un bebé de un año. Todos llegaron a vivir con él al barrio 20 de Julio, en el sur de Bogotá, hace tres semanas. Sus hijos no se estaban alimentando bien en Venezuela por la escasez de alimentos, por eso Gabriel decidió que lo mejor era que ellos también migraran. “La misma cantidad de dinero que les enviaba es la misma que gasto ahora. Al menos con ellos aquí estoy más tranquilo y puedo pasar tiempo con mis hijos. El menor ya no me recordaba”, cuenta Gabriel con tristeza.
El resto de su familia se quedó en Venezuela. Su mamá, sus dos hermanos menores y sus tres abuelos siguen en Maracay (estado Aragua). A ellos les envía dinero todos los lunes, sagradamente, porque sabe que sin esa ayuda no podrían sobrevivir.
En Venezuela, Gabriel estaba ejerciendo y ayudaba a su mamá en el negocio familiar. Tenían una miscelánea bien montada que les dio para que su mamá se comprara una casa y les regalara una a Gabriel y otra a sus abuelos. Vivían comodamente, pero se agudizó la crisis. Para 2017, cuando Gabriel terminó su año de rural, ya nada era igual. A su mamá le tocó cerrar el negocio porque estaban yendo a pérdidas y la inflación aumentaba aceleradamente. En ese momento la alternativa fue migrar.
Después de estudiar siete años, a Gabriel le tocó guardar su diploma. La suya, es la misma situación que vive buena parte de los profesionales venezolanos que ha llegado a Colombia en los últimos cinco años. No hay cifras sobre cuántos buscan la convalidación, pero de los más de 870.000 -dato de Migración Colombia- que habían llegado al país en julio de 2018, el 29% eran profesionales, según el Observatorio de Proyecto Migración Venezuela.
No basta con querer convalidar el título o con tener el dinero. A los venezolanos que tienen una carrera les toca pasar por trámites muchas veces difíciles de completar para llegar a ejercer. Deben presentar el diploma, certificado de calificaciones y el certificado de programa académico original, además de pagar 607 mil pesos para empezar el trámite.
Si se tratara de otro país, sería otra historia, pero estos documentos son casi imposibles de conseguir en Venezuela, pues las entidades encargadas están en su mayoría colapsadas y los trámites de documentos están congelados. Gabriel, y otros profesionales, entienden las trabas como una estrategia lógica del Gobierno de Maduro para frenar, o cuando menos obstaculizar, la migración.
El dinero también es un obstáculo evidente, porque los migrantes tienen necesidades básicas que no dan espera y por lo general no pueden pagar homologaciones. “Las universidades en Venezuela no tienen como entregar los papeles que solicito, y el Gobierno que no está apostillando documentos. todo está colapsado. Por ahora solo hay dos opciones: que salga el Gobierno venezolano y se empiecen a estabilizar las instituciones, o que Colombia cambie sus leyes de homologación”, explica Gabriel.
Gabriel resume todos esos obstáculos para los pasajeros en menos de un minuto y medio, mientras trata de encontrar equilibrio en el inestable fuelle del bus. Hay pasajeros que al escucharlo aprietan los labios en señal de pesar, otros susurran un “Dios mío” mientras se tocan la cara, y unos pocos, le ha tocado, arrugan los ojos con incredulidad. Gabriel empieza a caminar por el bus esperando a que alguien le compre mini-bums. No tienen precio, es "cualquier moneda o billete". Pero sus clientes favoritos son los que no solo confían en su historia, sino que le preguntan por temas de salud.
Para Gabriel ser médico es una vocación, por eso resuelve las dudas de todos los pasajeros, más allá de que haya o no transacción. Cuando lo consultan, es más cuidadoso que siempre. Él sabe que por la ley colombiana no puede ejercer su profesión formalmente, por eso trata de que sus observaciones y recomendaciones en estas pequeñas sesiones exprés no lo comprometan demasiado. No puede examinar.
Sería fácil pensar que es un charlatán, pero con cada explicación demuestra no solo que sí es médico sino que tiene experiencia tratanto pacientes. Para los que aún se quedan con dudas, Gabriel reparte unos papeles pequeños con su número de Whatsapp y su cuenta de Instagram que dedica a informar sobre temas médicos. Después de seis meses, a su chat han llegado consultas de todo tipo, incluso le envían exámenes, resultados de laboratorio o historias clínicas para que dé su concepto.
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«Cuando inicié mi carrera no la inicié por plata. Por eso ahora no me molesta ayudar a la gente en el Transmilenio»
Escucha aquí a Gabriel interactuando con los pacientes en Transmilenio
- El instagram de Gabriel es @AsesoriaMedica01
Gabriel no ha dejado de ser migrante, y por eso sufre el mismo maltrato que miles de sus compatriotas que se rebuscan la vida en otras ciudades como Riohacha, Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Santa Marta y Cúcuta, las capitales con mayor incidencia de migración venezolana. Lo han llamado mentiroso y le han dicho que se devuelva a su país. Se ha encontrado con estudiantes de medicina que lo retan con preguntas a cambio de dinero. “Te preguntan de bioquímica, farmacología, dosis, diagnósticos... Me preguntan a ver qué tanto sé y me da risa porque llegan a un punto en el que no saben qué más preguntar”, relata.
Por más que haya "buses malos", Gabriel nunca se va en blanco. No solo ha hecho dinero sino muchos contactos. Ha conocido médicos que se solidarizan y lo ayudan económicamente. Incluso, algunos le ofrecen trabajos temporales, ha dictado charlas de salud en empresas y hasta consultas nutricionales. Una doctora lo contrató, y como para ejercerlas no está legalmente impedido, él aceptó el trabajo. Al final de las jornadas las ganancias las dividen entre ambos. Ese dinero le ayuda a terminar de cubrir sus gastos mensuales, que no son pocos, por eso los mide al centímetro y se ha vuelto un metódico del ahorro.
Gabriel tiene sus días perfectamente planeados. Se sube a las rutas que transiten únicamente por la Avenida Caracas y sabe que en el norte es donde mejor le va. Tiene claro que debe recaudar al menos 30 mil pesos diarios porque si no lo consigue no podrá cubrir todas su necesidades.
Así como calcula lo que gana, también calcula lo que gasta. “Yo pago un arriendo de 550 mil pesos, incluyendo los servicios. Mando 150 mil pesos a Venezuela cada semana, son 600 mil pesos al mes. Como somos 4 personas en la casa, necesito un mercado de mas o menos 300 mil pesos mensuales, y ahí ya va un millón 450 mil pesos. Yo pago el pasaje, como son dos al día, redondeado son 5 mil diario, es decir, 25 mil a la semana, el mes: 100 mil pesos. Ahí ya son un millón 550 mil pesos. Y básicamente esos son mis gastos, sin tener derecho a más nada.”, hace cuentas en voz alta.
Va hasta su casa todos los días para almorzar, y en su bolso, aparte de los dulces, lleva una botella de agua y meriendas, así no debe comprar nada en la calle. Cada moneda cuenta.
«En otros trabajos lo máximo que me ofrecen son 30 mil pesos por doce horas. En el Transmilenio controlo mi tiempo y puedo hacer más cosas como trabajar con la doctora. Yo no exijo nada, es que mis necesidades ya están puestas, y debo ver como las suplo»
Gabriel siente un alivio temporal porque encontró como subsistir, pero lo suyo es la medicina, el servicio, por eso también apoya brigadas de salud en zonas rurales de la región. Al menos una vez al mes presta asistencia médica con la Fuerza Armada y otras fundaciones sin recibir un solo peso. Es paradójico y lo sabe: solo puede ejercer como médico si no se lucra de ello, las leyes colombianas hasta ahora no se lo permiten.“Me di cuenta que en las zonas rurales no hay suficientes médicos. Si pudiera validar mi título pudiera trabajar y sería otro médico ayudando allí. El país tienen una demanda, y nosotros (los migrantes) podemos suplirlo”, afirma.
Gabriel tiene claro que su caso es un reflejo de las trampas de la migración en un país que a todas luces no estaba preparado para atender a los más de 1'174.000 que, se calcula, han llegado hasta diciembre del año pasado. Él tiene claro que la solución es que el Gobierno integre a los venezolanos en el sistema para que la migración pueda tener un impacto positivo. “Si tuviera un trabajo formal, yo tendría que pagar impuestos y eso es bueno para Colombia”, explica Gabriel. Además, le evitaría tener que esconderse para poder trabajar. Él cuenta que la policía ya lo ha “correteado” por estaciones del Transmilenio para quitarle la mercancía, y si eso pasa, pierde el dinero invertido y se expone a ser multado. “Ya me agarraron una vez y me salvé porque le dije al policía que era médico. Me hizo preguntas y lo comprobó. Solo me tocó ir a un curso, pero al menos no tuve que pagar nada”, cuenta mientras se ríe y recuerda el momento.
«Pasé de ser el doctor y que las personas me tuvieran cierto respeto, a correr porque me persigue un policía en el Transmi»
Gabriel espera que el Gobierno colombiano haga un cambio para que pueda convalidar su título e integrarse económicamente en el país. Mientras tanto, sus días transcurren igual: subiendo y bajando de distintas rutas de Transmilenio y sacando cuentas para que su familia pueda subsistir. No tiene su trabajo ideal, pero es lo que le permite vivir por el momento, aunque en sus días nunca deje de encontrarse con caras de aburrimiento y hastío. Nunca la suya.
POR: María Fernanda Matera Sandoval | Texto
@MafeM_
Juan Cristobal Cobo | Fotos
@JuanCristobalCobo
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