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El renacer de Ana: historia de una colombiana retornada de Venezuela

El renacer de Ana: historia de una colombiana retornada de Venezuela

Ahora Ana Castillo disfruta de la compañía de sus nietos. | Por: ASOCIACIÓN DEREDEZ




Por: Julián Sáenz @julianS10

mayo 25 de 2019

Un día no sonó la trompeta en Anorí y todo se convirtió en caos. Las casas fueron quemadas, algunas mujeres violadas, los jóvenes asesinados y las familias desplazadas. En 2007, en esa población de Antioquia diferentes actores armados como el frente 36 de las Farc, paramilitares y algunos grupos del ELN se peleaban por el control territorial de esa zona y la gente quedó en medio, indefensa.

Su único mecanismo de protección era una trompeta. Un habitante de una población cercana hacía sonar múltiples veces ese instrumento cada vez que un grupo armado tomaba camino hacia Anorí. Inmediatamente, los pobladores cerraban sus negocios y casas y salían huyendo hacia otros lugares. El pueblo quedaba desierto, fantasma.

Un tarde, a este campanero salvavidas se le presentó un inconveniente y tuvo que salir de su hogar. Ese día la trompeta no sonó. “Al señor se le enfermó la mujer y se fue para Anorí. Todos teníamos los negocios abiertos, yo tenía una tienda de Xbox y una miscelánea donde vendía muchas cosas, hasta comida para animales y empanadas. Ese día el frente 36 llegó y encontró todo abierto, jugaron xbox tomaron cerveza de una tienda cercana y después quemaron todo”, recuerda Ana Teresa Castillo, quien actualmente tiene 59 años y es oriunda de El Difícil, Magdalena.

 

La Asociación Deredez promueve la igual laboral en zonas de frontera. | © Asociación Deredez



A muchos pobladores no les quedó otra opción que salir de su querido pueblo y deambular por el país. Pensaron que las cosas iban a cambiar cuando les informaron que la Alcaldía de Anorí les iba a dar algunas casas hechas en madera. Ana fue una de las que retornó, porque su compañero de ese momento, José Alberto Lopera, con quien había decidido compartir su vida después de la muerte de su primer esposo, deseaba volver a su vida rural.

Empezaron de nuevo como familia, con Jhon Jairo uno de los dos hijos de Ana Teresa. Para 2009 ya tenían algunos animales en su nuevo predio. Pero la sombra de la guerra los seguía persiguiendo. De nuevo, un grupo armado incursionó en el pueblo y les arrebató todo.

 


 

«Otra vez nos quitaron la casa, pero esta vez me hicieron firmar la escritura, nos quitaron 150 reses y mulas. José no pudo aguantar perder todo de nuevo, le dio un paro y murió. Como pude me lleve algunas cosas, entre ellas una colcha que todavía me acompaña. A José me lo lleve a San Luis (Antioquia), para enterrarlo con su familia. La comunidad me ayudó y recogí dos millones de pesos. Después de llegar a San Luis y despedirlo, me quedaron solo 200.000 pesos, con eso me fui para Venezuela, a comenzar mi vida de nuevo; nunca quise volver a Anorí»

Ana Castillo


 

Rumbo a Venezuela

Con 200.000 pesos en su bolsillo Ana llegó a Venezuela, más exactamente al barrio de invasión conocido como Mi pequeña Barinas, en San Antonio (Táchira). Justo cruzando el río que marca el límite entre Colombia y el país vecino. Allí empezó a comprar chanclas, poncheras y otros utensilios por 2.000 o 3.000 pesos. Recorría varios pueblos venezolanos para vender esa mercancía por 5.000 pesos. Poco a poco fue ahorrando y comenzó a comprar jeans y camisas por 30.000 pesos que vendía a 35.000.

“Las cosas en Venezuela parecían mejorar, además del comercio yo hacía tamales y los vendía. Después me llegó la pensión de mi primer matrimonio y con eso construí una casa de 12 metros de frente con 48 de fondo, tenía nueve habitaciones que arrendaba con sala, cocina y un lavadero. Pero en 2015 llegó la deportada, siempre intenté sacar los papeles de refugio y nunca pude. Unos señores se ofrecieron a ayudarme a sacarlos, pero me robaron la plata”, comenta Ana.

Ese año, colectivos policiales bajo el nombre de Operación Liberación del Pueblo (OPL), que pretendían combatir la violencia en Venezuela, persiguieron a muchos colombianos. Las mujeres eran vistas como prostitutas y los hombres como paramilitares; las casas eran marcadas y quemadas. Eso marcó el éxodo.

 

Deredez capacita a las mujeres para que tengas más oportunidades laborales | © Asociación Deredez

La Asociación Deredez es una entidad que ayuda a los deportados, refugiados y desplazados | © Asociación Deredez



Ana y sus hijos cruzaron de nuevo la frontera por las trochas, por miedo a ser asesinados. De nuevo estaban en Colombia sin nada. Aunque la tristeza era grande, Ana Castillo, lejos de rendirse, una vez más volvió a empezar de cero. Comenzó a vender sus utensilios pero esta vez recorriendo Tibú, Chinácota, Pamplona y otros municipios de Norte de Santander.  

En Cúcuta, Ana Castillo vio con desconcierto cómo las ayudas a inmigrantes no llegaban a la gente. Para ella era increíble ver cómo hogares con madres cabeza de familia solo se llevaban un libra de arroz, media botella de aceite y unas lentejas. Pasar por los parques y ver a los niños dormir en las calles y amanecer bajo el fuerte sol, la llevó a ella a organizar a los colombianos retornados y migrantes a protestar. Además de asistir a todas las mujeres embarazadas y adultos mayores a ubicarse en resguardos. “Pude ayudar a 1.200 personas a ingresar al Sisbén, a 800 personas a programas de vivienda, a 120 niños desplazados, en su momento, a entrar a Familias en Acción”, agrega Ana.

Ana nunca se rindió. Se conviritió en una líder a quien muchas personas impulsaron a seguir en su labor de ayuda y, hace tres años,  creó la Asociación Deredez, una entidad que ayuda a los deportados, refugiados y desplazados. “Mi gran anhelo es tener mi casa propia en Colombia, en realidad tener un hogar de paso. Si la situación algún día se arregla en Venezuela, quiero vender mi casa allá. No volvería; quiero seguir ayudando a la gente y trabajar por ellos”.


 






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