No eran las ocho de la mañana aún, pero Ender todavía no quería abrir los ojos. Era la primera vez en muchos días que no dormía a la intemperie, porque estaba despertándose dentro de una de las carpas de la Estación Sanitaria Transitoria de Tienditas, en el municipio San José de Cúcuta, frontera de Colombia con Venezuela.
Fue trasladado, junto a su esposa, el día anterior desde los inhóspitos alrededores de la zona La Parada, punto límite que represaba a más de mil migrantes venezolanos que necesitan retornar a su país por los efectos económicos de la pandemia y que no han podido pasar la frontera por las restricciones que ha impuesto el Gobierno venezolano.
Ender sigue exhausto, sus 50 años no han sido vividos en vano. Él es un llanero luchador, lo prueban los más de 500 kilómetros de caminata, amortiguados por uno que otro aventón, que tuvo que emprender durante nueve días para regresar desde Chocó con la esperanza de poder entrar a Venezuela.
En Colombia trabajaban en un parque de atracciones, pero con las cuarentenas obligatorias iniciadas desde marzo, la situación económica se complicó. “Se paró todo, estábamos aguantando hambre ya”, revela el hombre. Durante la madrugada del sábado 13 de junio llegaron al Peaje Los Acacios bajo una lluvia torrencial. De allí, se fueron en una buseta hasta el terminal de Cúcuta porque no sabían dónde quedaba la salida hacia Venezuela, pero un buen samaritano les dio la cola hasta La Parada, donde tuvieron que dormir dos noches sobre el asfalto. “Nosotros tuvimos suerte de pasar solo dos noches ahí, mucha gente me contó que tenían hasta seis días esperando”, cuenta Ender.
Ender recorrió más de 500 kilómetros de vuelta a su tierra, desde Chocó hasta el puente Simón Bolívar.
Ahora la espera es más llevadera
Ya en Tienditas, la madura pareja aprecia poder bañarse, así sea solo por cinco minutos, y también poder ir al baño cada vez que lo requieren. “En La Parada todo había que pagarlo, y nosotros sin plata”, confiesa Ender. Lucy no está del todo contenta con el tamaño de la ración de las comidas, pero reconoce la mejora: “aunque no me llenan el estómago, aquí estamos mucho mejor, me siento más segura y sin temor por las maletas”, completa.
El Puente Internacional Las Tienditas costó más de 30 millones de dólares a los gobiernos de Venezuela y Colombia pero, aunque estuvo listo desde el año 2015, no ha podido ser oficialmente inaugurado por el cierre de frontera vehicular que impuso Nicolás Maduro durante ese mismo año.
Las carpas están dispuestas sobre el asfalto y todas guardan un distanciamiento de varios metros entre sí. Los pilares que las sostienen son tubos de metal recubiertos por plásticos que fungen como paredes. Cada una está identificada con una letra y un número, para llevar un registro de las que están ocupadas o las que pueden disponerse. En su interior cuentan con unas cuantas colchonetas no muy gruesas, pero sí capaces de amortiguar el cuerpo con el piso.
Ahora los migrantes no se mojan si llueve, pero cuando el sol se enardece aprieta fuerte el calor debajo de las lonas. Allí mismo pueden mantener sus pertenencias, incluso lavan su ropa y la cuelgan en algunos cordones que ayudan a sujetar las cubiertas. El campamento cuenta con baños para hombres y mujeres; la recomendación es no tardar en la ducha más de cinco minutos.
Una voz tras un megáfono convoca a las comidas, los llaman de acuerdo con la identificación de cada carpa para que no se aglomeren durante la repartición de los alimentos. Uno de estos días ofrecieron como desayuno un vaso de chocolate con pan, y para recibirlo los migrantes fueron organizados en filas que fluyeron rápidamente.
A un lado del campamento está una bodega amplísima donde han dispuesto otras varias decenas de colchonetas. En una de sus entradas, está un moreno corpulento, afeitando a uno de sus coterráneos: el engalanamiento vale tres mil pesos.
La Policía Nacional coordinaba toda la logística antes del traslado de los migrantes a los campamentos de Acnur.
¿Cómo se llega hasta Tienditas?
Es sabido ya que las organizaciones de cooperación internacional no promueven ni alientan los retornos de migrantes en condiciones no seguras, pero esta Estación Sanitaria Transitoria atiende a uno de los principales mandatos del trabajo humanitario: mitigar el sufrimiento humano, que en tiempos de pandemia ha aumentado para el éxodo venezolano.
Justamente, la urgencia de solucionar el problema sanitario latente en La Parada con los migrantes represados fue tema medular durante la visita que funcionarios del Gobierno colombiano hicieron a la frontera el pasado sábado 13 de junio. La voluntad política e interinstitucional se concretó con la movilización de casi 500 personas durante el lunes 15 de junio, quienes fueron organizadas por orden de llegada en las decenas de carpas blancas identificadas con las distintivas siglas en azul del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), y también en una bodega contigua habilitada con decenas de colchonetas.
El secretario de Fronteras y Cooperación Internacional de Norte de Santander, Víctor Bautista, insiste en que “no es un albergue, ni un refugio”, puesto que el tiempo máximo de estadía no sobrepasa las 48 horas. Añadió que “esta es la zona de atención sanitaria para migrantes más organizada de todo Colombia, en ningún otro departamento han logrado una organización como la que tenemos acá, y esa condición amerita la coordinación a nivel nacional”.
Es clara la intención y la acción de las autoridades gubernamentales de descongestionar La Parada por constituirse en un grave riesgo sanitario. Pero los migrantes retornados no dejan de llegar. Durante la noche del lunes 15 de junio, aquellas adyacencias del puente Simón Bolívar fueron vaciadas, pero el martes 16 al mediodía ya había más de 100 personas. La diferencia es que ahora no están a la intemperie, sino que son reunidas en un local privado, cedido temporalmente para estos fines.
Todo en este lugar está coordinado por la Policía Nacional y se maneja como un punto de recepción y transición de los retornados, antes de ser enviados a la estación sanitaria transitoria. Allí, los propios agentes vigilan, censan, organizan y entregan las comidas a los migrantes. Los registros consisten en la solicitud de datos personales, toma de la temperatura corporal y asignación de un brazalete con un número que indica el orden de traslado a Tienditas.
También allí les entregan kits de aseo que contienen papel higiénico, cepillos, crema dental, jabón, tapabocas, entre otros; elementos fundamentales para guardar las recomendaciones sanitarias de autocuidado para prevenir el contagio por el coronavirus. También les entregan alimentación con agua, pan tajado, atunes y salchichas enlatadas.
Estos insumos, aunque mínimos, ayudan a paliar el hambre y la sed con la que muchos llegan al lugar. Es el caso de Orángel, quien viene desde Perú, con un pesado morral en la espalda y sin dinero. O el de Zuleima y Nelly, dos hermanas que tuvieron que negarse un bocado y dejar de comer para alimentar a dos niñas con las que viajan. “La pandemia nos embromó a toditos, aquí no hay trabajo”, lamenta una de ellas.
Migrantes retornados cruzan hacia su país, después de permanecer durante dos días en la Estación Sanitaria Transitoria de Tienditas.
Para el paso de los venezolanos a su tierra, los trasladados desde Tienditas se hacen antes de las 8 de la mañana. Cuando se da el encuentro entre los oficiales de Migración Colombia y los funcionarios de seguridad venezolanos todo parece sencillo, incluso fraterno. Se saludan amablemente y ya hasta se reconocen.
En el Puente Internacional Simón Bolívar, los migrantes venezolanos esperan debajo de las cúpulas dispuestas por Migración Colombia. Desde allí pueden observar el contenedor tricolor que permanece atravesado del lado venezolano desde aquel concierto humanitario que se organizó en Cúcuta para denunciar la situación de Venezuela en febrero de 2019. En un plano más cercano, unas vallas amarillas.
Agentes de la Policía Migratoria y de la Guardia Nacional venezolana se acercan a la mitad del puente, mueven las barreras de metal y piden que cada retornado lleve su cédula en la mano para iniciar la entrada. Una vez los retornados pisan suelo venezolano, les tocará emprender otro proceso de espera: el de la cuarentena obligatoria en su tierra, antes de poder llegar a sus hogares. La odisea del retorno todavía no ha terminado y en Venezuela muchos no saben lo que encontrarán.
Autoridades de ambos países, acompañados de embajadores de Estados Unidos, recorrieron la zona fronteriza del Tapón del Darién, por donde hay un alto flujo de personas migrantes y refugiadas.