Kevin Calderón es un joven violista venezolano que hace parte del programa Talentos Batuta. | Por: CARLOS LEMA
La Fundación Nacional Batuta es uno de los modelos de enseñanza musical más grande en Colombia. Más de 45.000 niños hacen parte de sus programas en el país y ha logrado inspirar y transformar la vida de miles de artistas que encontraron en la música una fuente de esperanza y un proyecto de vida.
La historia de Batuta está marcada por una estrecha relación con la tradición musical venezolana. Por años, Venezuela ha producido músicos talentosos que han triunfado alrededor del mundo. Muchos de ellos vinieron a Colombia a dictar talleres para los maestros colombianos y a enseñar el arte de la música a niños en situación de vulnerabilidad.
A medida que la situación económica y política en Venezuela se agravó, muchos de esos músicos tuvieron que dejar su país. La música, como tantas otras actividades, en especial artísticas, dejó de ser una forma rentable de ganarse la vida. Ahora no es extraño encontrar músicos venezolanos que interpretan repertorios universales o tradicionales venezolanos en los andenes y semáforos de las ciudades colombianas.
Cada vez son más los venezolanos y colombianos retornados que se postulan a las convocatorias de la fundación, bien sea como profesores o como estudiantes. Aunque sus recursos no aumentan al mismo ritmo que los niños y jóvenes migrantes que quieren aferrarse a la música en estos momentos, Batuta le apuesta a ser un vehículo de integración para que los dos países recuerden que, tal como en la música, es posible lograr la armonía.
Juntos desde las primeras notas
En 1991, la primera dama colombiana Ana Milena Muñoz de Gaviria promovió la difusión de la cultura musical en el país a través de la creación de la Fundación Nacional Batuta. La misión era llevar la formación musical a los sectores más vulnerables de la población y a los lugares más apartados de la geografía nacional, donde el conflicto armado, la pobreza y la falta de oportunidades eran la cotidianidad para miles de colombianos.
El referente para implementar este modelo no podía ser otro que el Sistema Nacional de Orquestas venezolano, que fue fundado en Caracas en 1975 por el músico José Antonio Abreu. El Sistema, como se conoce en el mundo, logró llegar a toda Venezuela gracias a su formación intensiva y continua, con un énfasis en la identificación de talentos y la creación de nuevas oportunidades para niños y jóvenes que no tenían un futuro claro.
El maestro Abreu fue calificado como un genio musical por crear una forma de enseñar que rompió los parámetros de la instrucción musical. La Orquesta Simón Bolívar ha recorrido el mundo, bajo la dirección de artistas como Gustavo Dudamel.
“Ese modelo venezolano no solamente se convirtió en un proyecto social muy poderoso sino en una herramienta de diplomacia cultural muy interesante que ha sido replicada alrededor del mundo”, dice María Claudia Parias Durán, presidenta ejecutiva de la Fundación Nacional Batuta. Desde el principio, el maestro Abreu se comprometió para asesorar a Colombia.
De Venezuela llegaron misiones de músicos de amplia trayectoria que se repartieron por varias ciudades del país para guiar a los profesores colombianos en la fase inicial. Así se gestó una relación entre las dos instituciones que ha sobrevivido a tensiones políticas y diplomáticas y que hoy se fortalece en el contexto de la llegada masiva de venezolanos a Colombia.
Marco Tarazona es uno de los músicos venezolanos que participó en los inicios de Batuta. Este oboísta, hijo de colombianos, fue criado en Venezuela. Cuando llegó a Cali, Marco ya era parte de la Orquesta Simón Bolívar, una de las joyas de la corona para el Sistema venezolano, que durante años ha sido considerada una de las mejores orquestas del mundo.
«Fue una experiencia muy emocionante porque toda mi familia está acá en Colombia. Nosotros en Venezuela estábamos solos: mi papá, mi mamá, mis hermanos y yo. Venir a trabajar en este proyecto fue muy emocionante, nos fuimos con muchas ideas, con muchas lecciones bonitas»
MARCO TARAZONA
OBOÍSTA y maestro formador de la fundación nacional batuta
La historia de Marco no puede separarse del Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela. Él fue uno de los jóvenes que entró al programa desde su fundación y con 14 años fue elegido por José Antonio Abreu para participar en su primera gira por Europa. Su experiencia lo convirtió en profesor del Sistema durante 35 años, hasta que se jubiló. El fin de sus años como maestro del Sistema, sin apartarse de la música ni de la enseñanza, coincidió con la agudización de la crisis económica de Venezuela.
En julio de 2017, cansado de la escasez en su país y de la dificultad para mantener su estilo de vida, Marco llegó a Colombia para buscar oportunidades en la música. “Mi raíz colombiana me llama a trabajar acá, a formar a mis alumnos colombianos”, dice al recordar cómo sus primeros meses en Colombia fueron extraños, pues se sentía un extranjero en el país de sus padres y de toda su familia. A eso se sumó que no tenía cédula de nacionalidad y eso le impidió participar en varias convocatorias laborales.
Por esos días lo único que consiguió fue un trabajo en la fábrica de plásticos de sus primos colombianos, en donde fue vendedor y repartidor de envíos. Pero Marco tenía un objetivo claro: entrar a Batuta como maestro formador de niños y jóvenes. Apenas recibió su cédula colombiana, el 5 de septiembre de 2017, se inscribió en las convocatorias laborales de Batuta. Dos días después ya había firmado un contrato y empezó a dictar clases.
La relación musical entre la Fundación Nacional Batuta y el Sistema venezolano es una relación de casi tres décadas. Durante años han realizado encuentros, conciertos binacionales en zona de frontera y repertorios compartidos. | © CLAUDIA RUBIO
Para este oboísta se cumplió el sueño de continuar su vida musical en un espacio muy parecido al Sistema venezolano. Para él, aunque los programas colombianos y venezolanos son muy parecidos, la principal diferencia que encontró en Colombia es que “aquí los instrumentos están en los centros orquestales y los niños no se los pueden llevar a la casa”. En los años de bonanza petrolera, el gobierno venezolano podía financiar la compra y el mantenimiento de instrumentos musicales individuales para un millón de niños y jóvenes que hacían parte del Sistema.
Enseñar música le devolvió la esperanza a Marco en medio de su nueva situación, y lo ayudó a dejar de pensar en todo lo que había perdido. “Aquí cambió mi vida porque en Venezuela tengo mi casa propia, tengo mi carro, tenía un buen nivel de vida. Pero la plata se devaluó y ya uno no tenía ese poder adquisitivo”, cuenta.
Entre las rutas de Transmilenio y muchas caminatas para llegar a sus clases, este maestro del oboe escribe el nuevo capítulo de su historia musical en Colombia. Ahora espera dirigir y hacer parte de proyectos binacionales para promover la música en los sectores sociales más vulnerables.
Un hallazgo musical
Kevin Andrés Calderón tenía apenas cuatro meses cuando su familia se mudó a Maracaibo, capital del estado Zulia, en Venezuela. Aunque creció en un país con amplia trayectoria musical, Kevin nunca hizo parte del Sistema y jamás tocó un instrumento musical. A medida que la situación económica se complicó, la vida de Kevin, su hermana y su mamá cambió radicalmente.
A los cortes de luz se sumó la constante falta de agua potable y la dificultad para comprar alimentos. Kevin y su familia tuvieron que cambiar su rutina para sobrellevar la crisis: “Se volvió imposible conseguir comida. Uno se tenía que levantar tipo 10 de la mañana para poder engañar al estómago y buscar lo del almuerzo”. Su mamá vino a Colombia y cuando reunió el dinero suficiente los trajo a Villa del Rosario, Norte de Santander. Llegaron en julio de 2016.
“Al venir a Colombia me sentía como en un país extranjero, todo era nuevo para mí”, dice Kevin. Sin amigos y en un país que parecía desconocido, estaba deprimido y desesperanzado ante lo que le esperaba en la tierra de sus padres.
Kevin llegó a la música por casualidad. Desde que entró a Batuta, la viola se ha convertido en su compañera permanente. | © CARLOS LEMA
Los días de Kevin pasaban lentos y parecían repetidos. Pasaba horas en su cuarto, mientras recordaba su casa, su colegio, su vida en Venezuela. Pocos días después de su llegada supo de que en el centro de Villa del Rosario un grupo de músicos dictaba clases a los jóvenes que quisieran aprender. Al llegar al sitio conoció uno de los centros orquestales de la Fundación Nacional Batuta, se inscribió y eligió su instrumento.
“Fue un poco gracioso porque yo no iba a elegir la viola. Yo quería el violín, pero ya no había cupos disponibles en ese momento. Vi la viola y me gustó”, cuenta Kevin. Al entrar a Batuta se enteró de que venía de un país con un excelente nivel musical y de cómo el Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela era un referente mundial. A pesar de no tener experiencia, la relación con su instrumento ha fluído de forma casi natural.
En estos dos años y medio, Kevin ingresó al programa Talentos Batuta, uno de los más prestigiosos de la fundación, que promueve la formación musical profesional de jóvenes talentosos. Como parte de Batuta, este violista ha viajado a Italia y ha tenido la oportunidad de compartir con otros músicos de distintos lugares de Colombia.
Aunque nunca se ha sentido rechazado en Batuta, sí ha tenido que enfrentarse a los comentarios xenófobos en la calle. “Yo no veo raro que a uno le digan veneco, el problema está en la forma en que se lo dicen a uno, porque es despectiva. Me he encontrado también con personas que llegan a decir que los venezolanos son unos vagos, que no les gusta trabajar y me duele porque no es así”, dice Kevin.
«En la Fundación Batuta la palabra xenofobia no está dentro de nuestro vocabulario. Nada que ver con eso»
KEVIN CALDERÓN
VIOLISTA DE LA FUNDACIÓN NACIONAL BATUTA
Música que conecta
La relación musical entre Colombia y Venezuela siempre ha sido importante para Batuta. Por eso, a lo largo de sus 27 años, Batuta ha tenido presencia en la zona fronteriza, con un énfasis especial en la formación de orquestas binacionales. Con el aumento del flujo migratorio desde Venezuela, también ha crecido el número de niños y jóvenes que hacen parte de Batuta en Colombia.
La Fundación Nacional Batuta tiene distintos programas con los que busca llevar la formación musical a niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad. | © CARLOS LEMA
La Fundación Nacional Batuta cerró 2018 con 20 profesores y 225 estudiantes venezolanos.
La experiencia musical en la frontera colombo-venezolana se ha enriquecido como resultado del aumento de la migración. Así lo resume Fray Martín Contreras, gerente de la regional oriente de Batuta: “antes de la crisis de Venezuela la presencia de los niños venezolanos no era tan activa. En los últimos tres años su participación como integrantes de las orquestas es el resultado del proceso migratorio”.
Los centros musicales de Batuta se han convertido en un espacio de acogida para los niños y jóvenes que llegan al país y que, muchas veces, no pueden entrar a los colegios. La relación entre los estudiantes se ha fortalecido, y en las clases no existe la distinción por nacionalidad. Algunos jóvenes venezolanos cruzan la frontera para recibir las clases en Villa del Rosario, y asumen los costos de transporte que les representa hacer ese viaje varias veces por semana.
Los carros que prestan el servicio de transporte cobran mil pesos por ir desde La Parada hasta la plaza central de Villa del Rosario. Muchas veces los músicos colombianos reúnen dinero y ayudan a sus compañeros venezolanos con los pasajes para que puedan asistir.
«La frontera es una cosa imaginaria que tenemos allí, pero en términos reales no hace ninguna diferencia. Los muchachos se integran tan rápido y tan fácil que no parece haber ninguna diferencia. Es como si desde antes vinieran trabajando juntos. Los muchachos rompen barreras de todo orden»
Fray Martín Contreras
gerente de la regional oriente de la Fundación Nacional Batuta
Batuta espera demostrar que la música es un instrumento de integración. Las orquestas generan ambientes de camaradería y compañerismo, donde el objetivo es interpretar bien una melodía, una canción, y ponerla en escena para compartir con otros. En la práctica musical no hay espacio para las diferencias.
Mientras siguen llegando niños y jóvenes venezolanos que encuentran en la música una alternativa de vida, los directivos de Batuta buscan recursos para atender a esta población. Las buenas intenciones no son suficientes. “No tenemos recursos adicionales, que es lo que debería suceder. Sin el dinero suficiente no podemos aumentar de manera radical el número de estudiantes venezolanos ni podemos crear un proyecto especial para ellos”, dice María Claudia Parias.
En 2018, solo en Norte de Santander, la Fundación Nacional Batuta recibió 83 niños y jóvenes venezolanos en sus programas de formación musical. | © CLAUDIA RUBIO
Para conseguir los recursos necesarios, la Fundación Nacional Batuta le presentó una propuesta al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) para conseguir la financiación de un proyecto nuevo. La propuesta consiste en incorporar a 120 niños, niñas, adolescentes y jóvenes provenientes de Venezuela en los municipios de Maicao, en La Guajira; Villa del Rosario, en Norte de Santander y Arauca, en Arauca.
La apuesta de Batuta es promover y propiciar procesos de integración que se basen en la formación artística colectiva con un componente de atención psicosocial, en el que se encuentren las comunidades receptoras y la población migrante. La música es un lazo que ha mantenido unidos a dos países con mucho en común. La migración actual es una oportunidad para que Colombia reciba la experiencia de los artistas formados con uno de los mejores modelos musicales del mundo.
«La música me cambió la vida. Se cerró una puerta cuando tuve que salir de Venezuela, pero la música me abrió otra grandísima»
KEVIN CALDERÓN
VIOLISTA DE LA FUNDACIÓN NACIONAL BATUTA
La Alcaldía de Bogotá, en articulación con USAID, ofrece una jornada de orientación y acceso a trámites en la localidad de Ciudad Bolívar, para la población migrante venezolana y retornados colombianos, este 18 de febrero.