Venezolanos intentan cruzar el Puente Simón Bolívar hacia Cúcuta, Colombia. | Por: DW
Una instantánea del Puente Simón Bolívar, en la frontera entre Venezuela y Colombia, resume fielmente la desproporción de la crisis que atraviesa la otrora potencia petrolera. Por ese lugar transitan a diario unas 35 mil personas, según cifras oficiales. La gran mayoría va a Colombia en busca de aquello que no logra conseguir en su país: principalmente, alimentos y medicinas. De hecho, en La Parada, una suerte de mercado popular fronterizo, es posible comprar medicamentos ilegalmente sin prescripción médica. Pero lo cierto es que algunas enfermedades requieren mucho más que unas pastillas de contrabando.
Por esa razón, el hospital Erasmo Meoz, el principal centro de salud de Cúcuta, ha visto crecer de manera exponencial la llegada de pacientes venezolanos desde 2015, cuando, por diferencias políticas con Bogotá, Nicolás Maduro ordenó por primera vez el cierre de la frontera. En ese año, por ejemplo, el hospital atendió a 556 enfermos venezolanos.
En 2016, la cifra ascendió a 2.294, y en 2017 se duplicó hasta alcanzar los 5.856 casos. Las cifras de los últimos dos años evidencian el deterioro acelerado de la crisis: en 2018 llegaron 14.349 pacientes, y tan solo en los primeros seis meses de 2019, ya se han registrado 8.834. Números que se traducen en un gasto adicional que ronda los veinte millones de dólares para el Estado colombiano, y que en la ciudad de Cúcuta se refleja también en la sobresaturación de los centros de salud.
Venezolanos intentan cruzar el Puente Simón Bolívar hacia Cúcuta, Colombia. ©DW.
"No hay colapso"
"La migración masiva de venezolanos es un agravante para la sobreocupación de un hospital con las características de éste”, afirma Juan Agustín Ramírez, gerente del hospital Erasmo Meoz. "Este es el único hospital público de tercer nivel que hay en el departamento, es decir un centro de salud de alta complejidad, y además es el único de segundo nivel que hay en la ciudad de Cúcuta y en el área metropolitana. Entonces la causa de la sobreocupación no solo es la migración, aunque ese es un agravante”, señala.
Pero a pesar de los números que su propio equipo ha recabado, y que demuestran que el hospital trabaja al doble de su capacidad, Ramírez afirma que la institución no está en situación de colapso.
"Si estuviéramos colapsados, como dicen algunos medios, no podríamos seguir trabajando”, señala. Lo cierto es que el hospital tiene una capacidad de 75 camillas, y sin embargo, actualmente en el centro están recluidos unos ciento cincuenta pacientes. Condiciones que obligan al personal médico a redoblar esfuerzos. En algunos casos, una sola enfermera debe ocuparse de hasta 16 pacientes.
"Son unos apóstoles. Porque ellos, a pesar de esa alta carga laboral, siguen poniendo un granito de arena para ser una válvula de escape a esta bomba social que se le vino al departamento con la llegada de nuestros hermanos venezolanos”, señala Ramírez.
"La migración masiva de venezolanos es un agravante para la sobreocupación de un hospital con las características de éste”, afirma Juan Agustín Ramírez, gerente del hospital Erasmo Meoz. ©DW.
Desnutrición, el otro flagelo
Cada mes, el hospital atiende a unos dos mil venezolanos, lo cual representa un 30% del total de pacientes que llegan al centro. Para atender la contingencia, y contando con el financiamiento de USAID, en los espacios aledaños al Erasmo Meoz se instaló una carpa de emergencia. Tiene capacidad para veinte personas, y aunque está concebida para atender casos puntuales de urgencias, aquí los migrantes llegan con cáncer avanzado, tuberculosis, VIH e insuficiencias renales. Pero más allá de los distintos cuadros de salud, la mayoría presenta condiciones de desnutrición.
"Desafortunadamente, el problema económico viene unido al problema de salud”, dice Jenny Peña, jefa del Servicio de Urgencias. "Eso aumenta la problemática. Las condiciones nutricionales de la población migrante están muy afectadas, y eso hace que tengan pocas posibilidades de defenderse contra las enfermedades”, agrega.
Un claro ejemplo es Francisca Isabel Aponte, quien llegó a Cúcuta hace dos meses. Atravesó Venezuela desde Villa de Cura, una ciudad ubicada en el centro del país, a más de diez horas de distancia de la frontera en ómnibus. Un largo trayecto en busca de la atención médica que no logró conseguir en su ciudad. Padece de una hernia inguinal y luce notablemente delgada. En Venezuela ofrecían operarla por 30 mil dólares en clínicas privadas. Una suma absurda en un país donde el salario mínimo mensual ronda apenas los tres dólares.
¿Por qué se vino? "Porque allá no hay nada", dice Francisca. "No hay medicinas, no hay nada, y todo está muy caro. Y las cosas que a uno le piden allá no se consiguen”, añade. Afirma que en el Erasmo Meoz la han tratado muy bien. Sin embargo, no pierde la esperanza de regresar a Venezuela algún día. "La situación se va a enderezar, y todos podremos volver”, afirma.
Pero lejos del optimismo, lo real es que Cúcuta ha terminado convertida en el hospital más cercano para miles de venezolanos. Un drama que trasciende fronteras y que está lejos de llegar a su fin, pues mientras en Caracas el juego político entre Maduro y la oposición permanezca trancado, ellos estarán obligados a seguir cruzando este puente, no solo en busca de alimentos, medicinas o trabajo, sino en líneas generales: en busca de un futuro.
Durante el mes de agosto, Profamilia y la fundación Halü ofrecerán métodos anticonceptivos gratuitos a las migrantes. La atención será para las mujeres venezolanas que quieran empezar su proceso de planificación y prevenir embarazos