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Campamento para venezolanos en Bogotá: un mes, cuatro reflexiones

Campamento para venezolanos en Bogotá: un mes, cuatro reflexiones

Con aciertos y errores, el primer mes del campamento humanitario para venezolanos en Bogotá ya deja lecciones para la atención a los migrantes. | Por: MIGUEL GALEZZO / PROYECTO MIGRACIÓN VENEZUELA




Por: Sara Prada @pradasaraca

diciembre 14 de 2018

El 14 de noviembre de este año, la Alcaldía de Bogotá anunció que tomaría medidas para responder a la migración venezolana en la ciudad. La primera decisión fue crear una gerencia para atender a la población migrante y diseñar un modelo de atención se basa en las rutas de atención para los bogotanos. Pero lo que más ha llamado la atención es la creación de un campamento humanitario para trasladar a los habitantes de un improvisado albergue en los alrededores del Terminal de Transportes del Salitre.

Según las cifras de Migración Colombia, en noviembre, en Bogotá había 238.758 venezolanos, la cuarta parte de la migración venezolana registrada y reconocida oficialmente en el país. Centenares de esos migrantes llegaban a la Terminal sin dinero ni contactos para moverse en la ciudad, por eso se fue creando el asentamiento informal y la administración tuvo que responder con un albergue que pudiera controlar.

 

El aumento de migrantes en la ciudad también ha incrementado la demanda por el acceso a servicios básicos, pero cada vez es más difícil garantizar salud, educación, vivienda y empleo para los venezolanos sin dejar de atender a los bogotanos, que también tienen sus propias demandas para la administración.

Estas son las cuatro reflexiones que deja el primer mes del campamento para la atención a la población migrante en Colombia, una solución que por inédita ha tenido errores, aciertos e improvisación:

 

1. Había que hacer algo

Desde junio, un parque a pocos metros de la Terminal de Transportes del Salitre se convirtió en “El Bosque”, un albergue improvisado construido por venezolanos que llegaban a Bogotá sin rumbo y sin un lugar donde quedarse.

Con el paso de los meses, el lote administrado por el Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD) se fue llenando de carpas y cambuches, un hogar de paso -y en algunos casos permanente- para más de 300 venezolanos.

La situación se fue saliendo de control, era cuestión de tiempo: surgieron líderes que se disputaban el mando dentro del campamento, dividido ya en sectores. Controlaban la comida y la distribución de las donaciones que llegaban en grandes cantidades. Había mercado, alimentos preparados, ropa, cobijas y carpas de sobra. “El Bosque” se hizo conocido como el refugio más grande de venezolanos en Bogotá. Incluso, cobraban una especie de arriendo a quienes llegaban al campamento.

El asentamiento se convirtió en un problema de salud pública. Los venezolanos no tenían agua potable ni baños y muchos se enfermaron por tomar agua de un caño cercano. Mientras tanto, la Alcaldía de Bogotá, la Cruz Roja y otras organizaciones empezaron jornadas de vacunación y repartieron tapabocas y preservativos ante el aumento de enfermedades respiratorias y de transmisión sexual.

Había que darles un lugar digno a los venezolanos y también desalojar el predio del Distrito, pues la invasión ya generaba molestias entre los vecinos del sector. Por primera vez en la historia de la ciudad, la Secretaría de Integración Social creó un campamento humanitario transitorio en la localidad de Engativá, en la cancha de fútbol del Hogar El Camino. Allí funciona un centro de rehabilitación para exhabitantes de calle, que pertenece a la administración distrital y estaba disponible al momento de planear el traslado.

 

El campamento "El Bosque" se hizo popular entre los venezolanos que llegaban a Bogotá sin un sitio donde quedarse. Plásticos, lonas y cartones sirvieron para construir las improvisadas carpas que los albergaron durante más de tres meses. © PILAR MEJÍA | SEMANA

 

Para Cristina Vélez, secretaria de integración social, “el principal acierto de esta medida es haberles dado una alternativa digna a unas personas que estaban en unos cambuches en unas condiciones muy complejas”. Reconoce que se han cometido errores, como la implementación tardía del sistema de identificación biométrica, que apenas empezó luego de los desmanes del 19 de noviembre, y que pudo haber servido como una medida disuasoria para evitar expulsiones, pero no considera que la medida en sí sea un error.

Aunque varias voces se han pronunciado en contra del traslado, otras entienden que la intención es mejorar las condiciones de las personas que se encontraban en “El Bosque”. “Apoyamos la decisión del Distrito de tenderles la mano (...) No creíamos que los albergues fueran una solución para esta situación, como autoridad migratoria hemos aprendido de la experiencias de otros países (...) la clave no está en darles a los venezolanos soluciones temporales, sino en integrar a esta población a la sociedad”, reconoce Christian Krüger, director de Migración Colombia.

El campamento no es permanente, se cerrará el 14 de enero. Los venezolanos siguen llegando a la ciudad, y el Distrito no puede responder con más medidas improvisadas o reaccionarias. Ya entró en funcionamiento el primer Centro Integral de Atención al Migrante y avanza la adjudicación para la apertura de un albergue temporal con capacidad para 50 personas, que acogerá durante 5 días a los migrantes que lo necesiten y funcionará como un espacio de estabilización.

 

2. Campamentos sí, pero…

Cuando aumenta la llegada de migrantes a un país y el gobierno no tiene la capacidad de ofrecerles viviendas formales, los campamentos son una opción viable para responder a las necesidades básicas de la población migrante. Pero este tipo de medidas, según la experiencia de organizaciones dedicadas a atender a los migrantes, debe ser temporal.

Carlos Vargas-Silva, investigador del Centro de Migración, Política y Sociedad de la Universidad de Oxford, explica que “los campamentos son usualmente una necesidad en el corto plazo, porque reducen la integración laboral y social de los migrantes. Es costoso mantener un campamento abierto y estos resultan en una concentración geográfica de los migrantes que se restringe a áreas específicas y esto no es lo ideal”. Si no fueran temporales, los campamentos se convierten en una barrera para la integración laboral y social de los migrantes.

Aún no se ha dado a conocer el reporte oficial de los costos del campamento, pero la Secretaría de Integración Social asegura que, hasta el momento, la operación del campamento “El Camino” se ha conseguido con capacidad instalada, es decir, con los recursos actuales, y no ha representado gastos nuevos para el Distrito. Las carpas son del Idiger (Instituto Distrital de Gestión de Riesgos y Cambio Climático), los trabajadores llegaron de distintas secretarías y la alimentación se ha provisto a través de donaciones y alianzas. Quienes han asumido la atención en el campamento están cansados. La mayoría nunca había tenido experiencia con población migrante, por ello se contratarán 15 profesionales nuevas para reforzar el equipo, lo que sí representará un costo adicional para la Alcaldía.

Para Vargas-Silva, es preferible que los albergues tengan una duración de días o pocas semanas y no de meses, como “El Camino”. Y agrega que “aunque en el corto plazo la salida del campamento cree cierta incertidumbre en los migrantes, puede tener beneficios para su integración pues aumenta su interacción con las comunidades locales”.

La clave está en la implementación de campamentos temporales, siempre que vayan de la mano con medidas gubernamentales para la regularización de los migrantes, pues así podrán participar formalmente en el mercado laboral y acceder a servicios como salud y educación.

 

Estas son las recomendaciones de Carlos Vargas-Silva para que los campamentos temporales sirvan para integrar a los migrantes:

1. Si el campamento es temporal, se debe mover a los migrantes a otras áreas lo más pronto posible. La espera de un traslado puede desencadenar desinterés en los migrantes, que no van a poner mucho esfuerzo en conocer el mercado laboral local o integrarse a la comunidad pues saben que solo están de paso.

2. Dispersar a los migrantes a distintas áreas para evitar concentraciones. El proceso de selección del área a la cual se asigna cada migrante puede ser diseñado para facilitar la adaptación local del migrante. Esto facilita la integración y reduce la resistencia de parte de las comunidades locales. Por ejemplo, las habilidades del migrante y las necesidades de las comunidades locales se pueden tomar en cuenta para elegir el lugar donde se construye el campamento.

3. No se deben imponer restricciones legales al acceso al mercado laboral o servicios como la salud o la educación. Los estudios en varios países demuestran que barreras temporales al acceso a mercados laborales tienen consecuencias negativas de largo plazo para los migrantes y para el país receptor.


3. Aprender de nuestro desplazamiento interno

El campamento de la Alcaldía de Bogotá es el primero de este tipo que surge para atender a la población migrante venezolana, pero no es el primer albergue de atención humanitaria en el país. Durante los años de mayor recrudecimiento del conflicto en Colombia, organizaciones, muchas de ellas religiosas, asumieron la atención a los desplazados con refugios temporales. Recientemente, esos lugares han abierto sus puertas para recibir temporalmente a los migrantes venezolanos en distintas ciudades, pues el método es muy similar para la acogida.

Para Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, el Distrito hizo bien el qué pero se equivocó en el cómo. “El error central no es tanto la prestación de ese servicio sino no haber consultado a las personas que ya tienen algún tipo de experiencia y están listos para entender cómo funciona esto”, asegura.

La Secretaría de Integración Social defiende su decisión, según la entidad sí se tomaron ejemplos de otros refugios, se basaron en los protocolos de París para la atención a los migrantes sirios y en la experiencia local con los hogares de paso y centros de atención a población en condición de vulnerabilidad.

Rodríguez identifica tres errores atribuibles a no ver la experiencia: la planeación en el montaje del campamento, la preparación del personal y la implementación del reglamento.

Los errores empezaron desde la planeación. El albergue está en una zona con temperaturas muy bajas y en una cancha de fútbol que se encharca frecuentemente cuando llueve; los funcionarios no tenían experiencia en atención a población migrante y tampoco los capacitaron, además, su carga laboral aumentó al tener que responder en el campamento y en las 20 localidades. El manual de convivencia del campamento no tuvo en cuenta el origen de los migrantes. Por ejemplo, no hay sistema de calefacción y se les prohíbe las fogatas, una medida que parece simple pero que los afecta considerablemente, porque la mayoría no están habituados al clima de Bogotá. Actualmente, y por esos matices, el reglamento ha sido modificado, flexibilizado o endurecido conforme se conoce más sobre la vida dentro del campamento y los casos particulares; por ejemplo, quienes trabajan hasta después de las 8 de la noche tienen permiso para entrar al albergue después del cierre de la puerta.

 


«Aún con la mejor voluntad se pueden llegar a cometer terribles errores en las lógicas del fenómeno migratorio»

RONAL RODRÍGUEZ
INVESTIGADOR DEL OBSERVATORIO DE VENEZUELA DE LA UNIVERSIDAD DEL ROSARIO


 

Los venezolanos no pueden hacer fogatas para cocinar en el campamento. La Secretaría de Integración las prohibió por el humo que generaban, pero ahora los migrantes no tienen cómo combatir el frío que hace en el campamento. © MIGUEL GALEZZO | PROYECTO MIGRACIÓN VENEZUELA 


4. faltan medidas de largo plazo

La creación del campamento “El Camino” no es ni la mejor ni la peor decisión, pero sí ha sido un esfuerzo para responder efectivamente a los problemas de salubridad, microtráfico y orden público que se presentaban en el sector del Salitre. Una fuente de la Cruz Roja asegura que fue un error no haber consultado e informado a los vecinos de Engativá, pues eso dificultó más la convivencia.

En el próximo mes, los venezolanos que sigan en el refugio tendrán que salir. Es probable que si continúa el ritmo de salida que se ha presentado hasta ahora, pueda cerrarse antes del 14 de enero, pues actualmente solo quedan 271 migrantes. Algunos seguirán su camino hacia otros países, otros regresarán a Venezuela y los demás se quedarán en Colombia, bien sea en Bogotá o en otras ciudades.

El desmonte del campamento será el próximo reto para la administración distrital, y requerirá un trabajo de comunicación e información útil para que los venezolanos puedan decidir qué harán. Esta experiencia dejará nuevas lecciones para el país, para la estructuración e implementación de albergues temporales y de acciones efectivas y de largo plazo que permitan la integración de los migrantes venezolanos.

Mientras tanto, los venezolanos siguen llegando al terminal de Bogotá. Ya no tienen la opción de quedarse en “El Bosque” ni en el campamento de la Alcaldía, y hogares de paso, como el de la Fundación de Atención al Migrante no tienen cupos. Los que no tienen ninguna opción diferente a esperar se quedan en los parques aledaños, limpian vidrios en los semáforos y venden dulces en las calles. Por ahora no hay soluciones para ellos.

Los campamentos no son la solución para el fenómeno migratorio, que es un proceso de inserción e integración social que durará años, y no pueden convertirse en la única medida para atender a la población migrante. Colombia necesita superar la fase de atención humanitaria para dar paso a la integración efectiva. Para Christian Krüger, “el desafío no debe ser montar más campamentos. El verdadero reto está no solo en identificar a la población venezolana que se encuentra en el país, en darles comida, brindarles salud o un techo para dormir, sino en volverlos parte activa de la sociedad”.
 






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