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Con pandemia y fronteras cerradas, venezolanos siguen huyendo de su país

Con pandemia y fronteras cerradas, venezolanos siguen huyendo de su país

Por Pamplona se ven a diario entre 50 y 100 migrantes que vienen caminando desde la frontera con Venezuela. | Por: CORTESÍA RED HUMANITARIA




Por: Milagros Palomares @milapalomares

julio 15 de 2020

Samantha Salazar se acaricia la barriga de ocho meses de embarazo mientras apura el paso por una calle en Pamplona, después de caminar desde Cúcuta durante cuatro días. Viene huyendo del hambre en su país, como los 1,7 millones de venezolanos que se encuentran radicados en Colombia. 

 

A pesar de su avanzado estado de gestación, y de la romería de connacionales que ha encontrado retornando a Venezuela, esta mujer mantiene intacta su decisión de llegar a Cali, en donde dice la espera un mejor futuro. Junto con algunos familiares, atravesó una de las trochas que unen a San Antonio del Táchira con Norte de Santander, un camino intrincado de piedras y riachuelos que crecen de repente.  Para pasar, los trocheros les cobraron a ella y a su familia 50 mil pesos por cada uno, una fortuna que pudieron reunir gracias a una sola cosa: esperanza. 

 

Si bien la pandemia ha incrementado el flujo de migrantes que regresan a Venezuela, la verdad es que el que va hacia Colombia no ha desaparecido. Como Samantha, decenas de venezolanos desafían a diario el coronavirus y el cierre de fronteras para salir de su país. 

 

En frontera, la angustia tiene varias caras muy similares. Por un lado, la de los migrantes venezolanos que aguardan en un terreno al lado del puente Internacional Simón Bolívar para retornar a Venezuela. También  están quienes esperan en el Centro de Atención Sanitaria Tienditas a que autoridades migratorias venezolanas les permitan ingresar a su país. Y por otro, la de la migración desde Venezuela por los pasos ilegales, que avanza como hilos de hormigas por las carreteras que van hacia el páramo de Berlín, para posteriormente asentarse en ciudades del centro de Colombia. 

"Yo trabajaba en un restaurante, pero el sueldo era de tres dólares mensuales, y eso ni para la comida de tres días nos alcanzaba. No me pude poner en control del embarazo y ya casi voy a parir, allá en Venezuela los hospitales no funcionan, no hay insumos ni medicinas", relató Samantha. En Pamplona, recibió alimentos y orientación de parte de los voluntarios del Albergue Vanessa, perteneciente a la Red Humanitaria, la única organización que en esta zona está brindando una mano solidaria en medio de la emergencia sanitaria. 

A ella y a su familia les dieron en Venezuela tres aventones para llegar a la frontera del Táchira, pero desde que pisaron suelo colombiano no han tenido suerte para trasladarse y han debido dormir en la calle, en donde los coja la noche. "Confiamos en Dios que llegaremos bien a Cali, donde trataremos de echar hacia adelante", añade la caraqueña embarazada. 


 


«Caminé desde Cúcuta junto a mi niño de 10 años. Venimos de Valencia (Venezuela). Allá no se puede vivir y menos con la cuarentena. Venía con mi esposa y mi otra niña pequeña, pero a ellas les dieron la cola (aventón) y nos encontraremos en unos días en Bogotá. Esperemos encontrar trabajo y salir adelante» 

Gustavo González, migrante venezolano


 

 

Yorgelis Medina es otra venezolana que se aventuró de mochilera a migrar con su pequeña niña de un año en brazos. No tiene buen calzado ni abrigo para protegerse de las bajas temperaturas que azotan los páramos de Norte de Santander. En las noches, la temperatura puede bajar hasta los cuatro grados. "Se ve demasiada gente pasando las trochas, ya en Venezuela no se puede vivir", se lamenta Medina, quien que está esperanzada en el trabajo que le prometieron como peluquera cuando arribe a Cali.

 

Desde la localidad de Los Patios, cerca de Cúcuta, Vanessa Apitz, abogada y voluntaria de la Fundación Colombo Venezolana Nueva Ilusión, es testigo de este flujo migratorio en ambos sentidos. "Desde hace un mes hemos visto que están regresando a Colombia los venezolanos que habían retornado a su país en abril por la pandemia, gente que lamentablemente vuelve porque encontraron a su país en peores condiciones. Nos dicen que ni siquiera se pueden ir a morir allá porque la situación está terrible", asegura. 

 

Apitz añade que muchos de esos venezolanos que pasan por la fundación por un plato de comida se quedan en el área metropolitana de Cúcuta buscando fuentes de ingresos para subsistir, mientras que otros les manifiestan que se van caminando a ciudades como Armenia, para trabajar como recolectores de café. 

 

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Voluntarios de la Red Humanitaria le toman la temperatura a los caminantes venezolanos. Les brindan alimentos y asistencia  y orientación en las rutas por donde van a transitar, 

 

Entre 50 y 100 migrantes venezolanos  llegan diariamente a Pamplona, contabiliza Martha Duque, una colombiana que convirtió en albergue su casa, pero que debió cerrar las puertas desde marzo, como medida ordenada por la municipalidad para evitar la propagación del coronavirus.   


"Los migrantes se siguen aglomerando y durmiendo en la calle, eso es más riesgoso. Estamos preocupados. Pedimos que los albergues sean reabiertos para que se les dé atención humanitaria a estas personas... un lugar caliente donde puedan pasar la noche y donde tengan acceso a un baño",  clama esta alma caritativa para quien la pandemia, la inseguridad y la xenofobia son los ingredientes de una sentencia mortal. "A muchos migrantes los roban en el camino, además la gente los esquiva, los miran con terror", dice.   

 

Sobre eso, precisamente, hace una denuncia. Dice que cada vez que ella ofrece atención y alimentos a los venezolanos, le llega la Policía enviada por sus vecinos. "Las autoridades  nos dicen que la comunidad no quiere que ayudemos a los migrantes para nada, así sean niños o bebés. Es muy difícil esta situación", lamenta.

 

Cuando cae la noche en Pamplona se ve una fila de niños migrantes durmiendo sobre cartones y apenas protegiéndose del frío, arropados con frazadas diminutas. Voluntarios del albergue de Vanessa Peláez llegan como ángeles para brindarles arepas y otros alimentos calientes.  Utilizando equipos de bioseguridad les entregan kits de higiene de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), les ofrecen asistencia psicosocial, orientacion de rutas por donde van a caminar, les explican con qué se van a enfrentar y las horas más adecuadas para seguir su tránsito caminando.

 

"Hay mucha desinformación, somos defensores de derehos humanos, tratamos de dignificar la vida de los caminantes venezolanos. Las autoridades de Pamplona no dan respuestas, lo que dicen es que van a hacer un nuevo albergue, pero para qué si los que tenemos están cerrados, esta emergencia se está dando ahorita y es urgente", se pregunta Peláez. 

 

La migración bidireccional es una realidad que no se puede tapar con un dedo, a decir de Cristal Montañez Baylor, directora del Proyecto Hope for Venezuelans refugees, quien explica el contexto de la crisis humanitaria que se está viviendo en la ruta de los caminantes.

 

A pesar de que en mayo la Procuraduría General de la Nación ordenó a los alcaldes y gobernadores del país atender los protocolos de ruta referente de salida, recepción, traslado, transporte y alimentación de migrantes venezolanos que deseen regresar voluntariamente a su país, esto no se está cumpliendo, afirma Montañez. "Esta directiva no contempla a los caminantes que siguen saliendo de Venezuela. Sabemos de venezolanos que retornaron y dicen que allá los están tratando como perros, que se están muriendo de hambre y por eso deciden regresar de nuevo a Colombia", agrega.

 

Para Cristal Montañez, la pandemia no detuvo la migración de venezolanos. "Ésta se incrementó desde mayo, porque aún cuando permanecen cerrados los albergues de la Red Humanitaria a los que les donamos alimentos, los voluntarios no han dejado de preparar comida, y cada vez es mayor la demanda de personas que pasan por estos puntos", dice.

 

Mientras los gobiernos locales se ponen de acuerdo para atender esta contingencia, por las principales arterias viales de Colombia siguen transitando  los caminantes en ambos sentidos. Unos esperan refugiarse en la tierra de donde salieron y para otros la esperanza de encontrar una nueva vida apenas comienza. 

 

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En Pamplona se encuentran a diario los venezolanos que están retornando hacia la frontera y los que huyen del hambre pasando por las trochas entre Táchira y Norte de Santander. 

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Voluntarios del albergue Vannesa todas las noches brindan alimentos y ayuda a los nuevos migrantes y a los que están retornando a la frontera. 






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