Wilfredo Fernández tiene 44 años y vivió casi toda su vida en Maracaibo (Venezuela). Ahora saca adelante a su familia en Uribia. | Por: CORTESÍA IVÁN FORERO
El Programa de Respuesta de Emergencia en Colombia (ERIC) reduce la vulnerabilidad y mejora las condiciones de vida de las familias migrantes y refugiadas en esta zona de La Guajira.
Cuando Wilfredo Fernández habla de su “antes” en Venezuela sufre una metamorfosis emocional que se debate entre la nostalgia de una casa cómoda y el estómago agujereado por el hambre. Pasó muchos años haciendo viajes en moto y por trochas entre Paraguaipoa (Venezuela) y Maicao (Colombia) antes de que decidiera radicarse completamente en el caserío La Esperanza, en Uribia.
Se vino forzado de la ciudad de Maracaibo, donde tenía casa propia y un trabajo que le cubría todos sus gastos. Pero cada día se le complicaba más la vida, pensaba en el futuro, sin nada de comida en la mesa para sus cinco hijos. Así fue como le propuso a su esposa, a quien considera su mano derecha, que empezaran una nueva vida y con mejor calidad en Uribia. Wilfredo no se considera un migrante, solo dice que es un desplazado de su tierra. “Si bien es un pueblo pequeño, el comercio por la artesanía se mueve muy bien este lugar”, asegura.
En Uribia lleva un año luchando. Decidió no rendirse jamás. Por eso se involucró en el programa Respuesta de Emergencia en Colombia (ERIC por sus siglas en inglés), una iniciativa orientada a reducir la vulnerabilidad y mejorar las condiciones de vida de las familias migrantes y refugiadas en temas de seguridad alimentaria, agua, saneamiento e higiene.
Este programa sintetiza una serie de aprendizajes promovidos por ACDI/VOCA, que no necesariamente son asistenciales, sino que fomentan el cambio de actitudes, percepciones y comportamientos en la vida cotidiana de las personas en sectores vulnerables. Esto fue lo que facilitó la transformación de Wilfredo frente a la nueva vida que decidió reconstruir en Colombia. “Todos esos conocimientos nos abrieron la mente”, dice. Aunque había cosas que ya sabía sobre la agricultura, la gran lección fue aprender a cosechar sus propios alimentos. Y así lo hizo.
Wilfredo y su esposa no solo cuidan de las huertas donde cultivan pimentón, ajo, cebollín, acelga, papaya, sandía, orégano, cilantro, maíz, y otros rubros. Sus manos de artesanos wayuu crean obras de arte en pequeños tapices bordados y pintados. También tejen cotizas (chanclas), manillas y bolsos típicos de La Guajira. Los pedidos les llegan de la sierra de Santa Marta, Bogotá, Riohacha y otras ciudades donde se han dado a conocer sus trabajos.
En cada pieza, Wilfredo y su familia pinta una esperanza. En algunas faenas lo acompañan sus dos hijas mayores, de 15 y 16 años, otras dos niñas de 5 y 8 años, y su niño de 10 años. Trabajan para conseguir una estabilidad, ya también tiene un bebé de 10 meses que nació en Uribia.
"Salir de mi casa en Venezuela fue un golpe duro. Pero, tenemos vida y un futuro por delante. Así que toca seguir luchando”, dice terminando de pintar la imagen de un desierto típico de La Guajira, esa misma tierra donde aprendió a cultivar y donde trabaja por una vida mejor.
«Se trabaja en Uribia porque La Guajira es uno de los departamentos más afectados por la crisis migratoria. Allí logramos ubicar un asentamiento donde estaban llegando muchas familias migrantes venezolanas y están en unas condiciones de vulnerabilidad muy alta. ACDI/VOCA tiene un trabajo previo en La Guajira lo que nos permitió identificar el asentamiento La Esperanza»
Andrea García, directora del programa ERIC
En el asentamiento La Esperanza, en Uribia, viven 600 familias wayuu, en su mayoría migrantes y retornados venezolanos. El programa ERIC los enseña a cultivar y a hacer otras actividades. Fotos Ana Quilarque / Programa ERIC
Volver a nacer
El asentamiento La Esperanza —antiguo aeropuerto de Uribia— antes se le conocía como El Olvido. Sin embargo, la misma gente de la comunidad , conformada en su mayoría por migrantes provenientes de Venezuela de la etnia wayuu, decidió cambiarle el nombre. Aquí se radicó Nuris González, cuyo rostro dibuja a una mujer a la que no le ha tocado una vida sencilla. Tiene 43 años. Es venezolana y conserva toda la identidad de sus ancestros wayuu.
Ella ocupa el rancho 12 de la manzana 14, número asignado en el censo realizado por la organización ZOA (Organización Sionista de América). Nuris también viene de Maracaibo (Venezuela). Lo perdió todo, como la mayoría de los refugiados venezolanos en el mundo. El sueldo de su esposo y lo que producían en su finca no le era suficiente para dar de comer a sus cuatro hijos.
El hijo mayor de Nuris tiene 23 años y sufre de ataques de epilepsia. Conseguir los medicamentos en Venezuela se convirtió en una verdadera odisea, por lo que no les quedó más remedio que migrar a Colombia junto a toda su familia.
Hace tres años llegaron a Uribia. Cuenta que desde que viven en La Esperanza ha recibido ayudas de distintas naturalezas; sin embargo, considera que el programa ERIC le ha "enseñado haciendo". Ella es participante de los componentes seguridad alimentaria, WASH y recibe el acompañamiento del profesional psicosocial de ERIC.
"Para mi familia y para mí es como volver a nacer. Cada vez que veo mi huerta es como si viajara en el tiempo a Venezuela cuando producíamos en nuestra finca", rememora a la vez que riega las plantas de albahaca, manzanilla y limonaria.
Nuris se aferra a este nuevo aprendizaje. Mientras espera que pase la situación de la pandemia para que su hijo mayor pueda recibir atención médica para controlar los ataques de epilepsia, ella sabe que la esperanza ya renació en su hogar.
Nuris González recorre 20 minutos con una carreta para buscar agua del Jagüey más cercano para su huerta. Foto: Manuel Bernier Urariyu
La Universidad Johns Hopkins y la Corporación Red Somos, con el apoyo del Ministerio de Salud de Colombia y Onusida, abordó la situación de salud de la población venezolana migrante en el país.