La migración permitió que muchos hombres venezolanos, que eran cabezas de familia y responsables del sustento familiar, experimentaran en Colombia el reto de asumir roles y actividades en el hogar. | Por: MILENA BERNAL | SEMANA
Un ingeniero proveniente del vecino país relató cómo la migración se convirtió en la oportunidad perfecta para descubrir una faceta oculta en su vida; luego de cuatro años en Colombia, cocina como un chef gourmet y le está enseñando a leer y escribir a su pequeño.
Leandro González tiene la piel curtida por el sol de los campos de petróleo donde trabajó por casi 25 años, y dice con un orgullo que su profesión no es ingeniero, como siempre creyó, sino padre amoroso, como lo vino a descubrir en Colombia.
Salió hace cuatro años desde Venezuela, con unos pocos dólares que consiguió en el mercado negro, con la tristeza por dejar su tierra, y con la compañía de Vilma, su esposa, quien renunció a su trabajo como secretaria cuando un día cualquiera descubrió que el sueldo de un mes no alcanzaba ni para comprar un litro de leche.
Con ellos, Joel, esa caricia divina que por entonces tenía apenas dos años de nacido, y por quien se prometieron luchar la vida en Colombia; “eso fue duro, pana, muy duro. El frío de Bogotá, la comida, uno sin saber cómo funciona este país, nada de nada”, relata todavía con algo de miedo.
Leandro y Vilma llegaron a vivir a un apartamento pequeño, en la casa donde vivía un tío de ella, y, al cabo de unos pocos meses, los dólares eran tan escasos como las oportunidades laborales que tenían los dos.
Leandro, que no pudo homologar su título de ingeniero, comenzó a rebuscarse la plata como todero en el barrio e hizo lo que jamás pensó que iba a hacer: “desde mandados, vender plantas y hasta de domiciliario”, relata mientras se ríe recordando que de esas aventuras calle arriba y calle abajo, salió la plata para comer y comprar una cama doble, todo un lujo para esa época.
Un día cualquiera, Vilma consiguió trabajo como secretaria, asumió la responsabilidad económica de la manutención del hogar y Leandro se vio, de repente, enfrentado a algo más desafiante que un pozo petrolero: se quedaría en casa, a cargo de Joel.
Confiesa que no fue facil asumir que ya no sería él quien proveyera el dinero para sostener su hogar, pues al fin y al cabo fue criado con la idea de que eran los hombres quienes debían hacerle frente a esa responsabilidad.
Finalmente, logró interiorizarlo y convertir esa situación en una experiencia enriquecedora en su vida, y descubrió talentos que no créia tener.
«Yo no sabía ni siquiera prender una estufa, ni bañar al niño, ni cocinar unos huevos; en mi casa todo eso lo hacía mi mamá y yo jamás me interesé por aprender»
Leandro González, ingeniero y migrante venezolamo, que asumió el cuidado de su hijo
Los primeros días fueron terribles. Joel le sacó las primeras canas y la estufa prestada en la que cocinaban, le regaló las primeras quemaduras en los dedos, pero él, al fin y al cabo ingeniero, se las ingenió para salir adelante.
“Para no molestar a mi mujer en la oficina, yo me pegaba del WiFi de un vecino, y San Google bendito me enseñó de todo; ahí yo encontré desde recetas culinarias hasta cómo planchar, y con el tiempo le cogí el gustico a la cocina”, dice con orgullo mientras recuerda que en el primer cumpleaños que pasó Vilma en Colombia la sorprendió con unas hallacas que él mismo preparó.
Hoy, cuatro años después, el mapa de sus vidas es otro. Los tres están regularizados, Vilma tiene un trabajo estable, y consiguió un préstamo para montar juntos una ferretería. Están buscando una casa con local para arrancar el negocio, porque Leandro no quiere renunciar al placer de estar con su hijo, ni a que su esposa le pida que le cocine más hallacas.
“Mi papá era un hombre muy rudo, que jamás nos abrazó ni nos dijo cosas dulces. Él solo hablaba para llamarnos la atención y dejaba todo en manos de mi mamá que era muy amorosa. Yo me crie así, y acá en Colombia fue que vine a descubrir lo bonito que es poder ayudar en casa y no separarme de mi hijo”, confiesa “El inge”, como le llaman todos los panas del barrio Villemar, en el occidente de Bogotá, donde actualmente vive.
Dice que Joel es igual de aventajado a él cuando tenía su edad, y que por eso, cuando el año próximo vaya al colegio, podrá compartir con sus compañeros de salón todas esas cosas maravillosas que le ha enseñado con una paciencia infinita.
«Ahí en los ratos libres, mientras estoy cuidando las ollas del almuerzo, le enseño las vocales, los colores y ya hace garabatos, ahí vamos de a poco cumpliendo con las tareas del hogar».
Leandro González, ingeniero y migrante venezolamo, que asumió el cuidado de su hijo
Y lo dice con la certeza de quien sabe que la migración es más una oportunidad que una desgracia; por eso, cuando le preguntan qué haría si le proponen un empleo como ingeniero, responde sin el menor asomo de duda que ahora que desempeña un rol más activo en la crianza de Joel y en las labores en casa, preferíría continuar descubriendo un mundo que considera mágico.
“Yo ya escribí mi historia en el mundo del petróleo, yo ya tengo muchas historias para contar y lo que no puedo es dejar que el tiempo con mi hijo se me esfume como le pasó a mi papá, que nunca estuvo; sinceramente, le digo que yo disfruto más cocinar unas caraotas que pensar en ese trabajo tan duro”, dice con un convencimiento que enternece.
Se despide mientras les dice a los vecinos que dentro de pocas semanas abrirá la “Ferretería Joel”, ese sueño en obra negra que viene fraguando con la complicidad eterna de su esposa, la misma que jamás sospechó que su marido fuera tan bueno planchando camisas.
Cuando le pregunto quién va a cuidar al pequeño Joel cuando abran el negocio, me responde sin dudar que“a este carajito yo ya lo llevo tatuado conmigo y jamás me voy a despegar de él. Yo pensé que en Colombia nos iba a ir mal, pero a este país le debo mucho, le debo que pude aprender a cocinarle a mi esposa, le debo que pude aprender a abrazar a mi hijo”.
La feria de servicios se desarrollará desde las 8:30 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde, específicamente en la calle 38Bis sur con Transversal 83, Parque Llano Grande de la localidad de Kennedy.