El corazón de un migrante venezolano está dividido en agendas paralelas: una para establecerse y echar raíces en su nuevo entorno (integración) y otra para sostener la ilusión del retorno enfocada en la futura reconstrucción de su país.
Aparte de su rol de mamás y trabajadoras, las mujeres venezolanas en Colombia han entendido que son piezas fundamentales del proceso de integración de su comunidad en un país vecino que sienten como hermano. Quieren aportar, sin pensar en banderas o nacionalidad, al propósito común de estar mejor. Sus agendas también están llenas de sueños y esperanza.
De acuerdo con cifras oficiales, cerca de 700.000 mujeres venezolanas ya están en nuestro territorio y una gran parte tiene intención de quedarse. De ellas, el 60 por ciento está en edad y con ganas de trabajar. A esto se suma una voluntad inquebrantable de buscar un mejor futuro para sus hijos y sus familias, algo que con seguridad le aportará a nuestra sociedad si se lo permitimos y facilitamos.
Dentro de la agenda de integración es necesario pensar más allá de la ayuda humanitaria y concentrar esfuerzos en temas estructurales que no limiten la posibilidad de crecimiento de Colombia y que a su vez impulsen la integración de los migrantes.
Existen numerosos casos de países desarrollados y en vía de desarrollo que han usado la migración como una estrategia deliberada de crecimiento. Algunos han puesto el énfasis en atraer migrantes con alto capital humano, mientras que otros han garantizado los derechos básicos de sus nuevos miembros y han eliminado barreras para que aporten a la sociedad en igualdad de condiciones.
Es urgente aprovechar la ley de migración y fronteras que empezará su debate en los próximos meses en el Congreso para eliminar barreras y sobrecostos al trabajo, principal mecanismo de integración económica que le haría mucho bien a migrantes y empresarios por igual. Y aquí juegan un papel fundamental las mujeres venezolanas con su avanzada de liderazgo para la integración.
Colombia también debe hacer más incluyente el sistema educativo, pieza fundamental de la integración social y política, y más flexible el esquema migratorio, con menos trámites y costos que le harían la vida infinitamente mejor a los migrantes y serían un gran paso en contra de la corrupción de la cual son presa millones de personas en condición de extrema vulnerabilidad.
Paula Acosta
Gerente del Equipo de Innovación Social, Semana Rural y Proyecto Migración Venezuela
El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer. Algunos lo celebran con flores y detalles. Otros, promoviendo la equidad de género y los derechos de las mujeres. Desde el Proyecto Migración Venezuela lo celebramos reconociendo a las migrantes venezolanas en Colombia.
Son mujeres de carne y hueso que, como muchas colombianas, son a la vez hijas, madres y trabajadoras. La crisis política, social y económica de su país las obligó a dejar todo lo que habían construido en Venezuela y migrar a Colombia para construir un nuevo proyecto de vida.
En este camino muchas descubrieron que querían aportar al desarrollo colombiano a la vez que podían ayudar a su país desde la distancia. Invitamos a algunas de ellas a contarnos sobre su vida en Venezuela, su adaptación a la vida en Colombia y su liderazgo y aportes a nuestro país.
Dalita Navarro, Coraima Torres y Karina Gómez contribuyen al fortalecimiento de la cultura en ambos países. Promueven el rescate de patrimonios culturales locales y de técnicas artísticas, trabajan por el intercambio cultural colombo-venezolano y son artistas de amplio reconocimiento en Colombia.
Desde el sector privado, Elizabeth Figuera, Astrid Santaromita y Carolina Sorgi lideran empresas de origen venezolano que generan empleo aquí y allá, en sectores como el logístico, el petrolero y el de alimentos. Dafne Gil, como consultora empresarial, promueve la integración laboral de los migrantes y la asociación de venezolanos en Colombia.
Lala Lovera dedicó su vida en Venezuela a fundaciones para la niñez. Hoy trabaja por los niños colombianos y apoya también proyectos para mejorar la nutrición de madres y menores migrantes.
A partir de su trayectoria política en Venezuela, Carmen Elisa Hernández y Ana Karina García trabajan por la construcción y el desarrollo de políticas públicas para los venezolanos y por el regreso de la democracia a ese país.
Todas ellas dejaron un mensajes de esperanza para esas mujeres que en este momento cruzan la frontera. Les mueve su país pero también lideran la integración entre ambos pueblos y quieren hacer de la migración un proceso de construcción de oportunidades.
Son muchas las mujeres venezolanas en Colombia que merecen ser destacadas. Este pequeño grupo muestra que la migración no solo representa retos para nuestro país. Trae consigo muchas personas dispuestas a aportar desde su experiencia al bienestar de colombianos y venezolanos por igual. Por eso: ¡Feliz Día de la Mujer Binacional!
Colombia no era un destino para Elizabeth Figuera. Esta ingeniera industrial venezolana conoció el país cuando la empresa en la que trabajaba, dedicada a proveer servicios de mantenimiento y operaciones para la industria de petróleo y gas en Venezuela, la eligió para ponerse al frente de los proyectos de la compañía en Colombia. Con los años, lo que era un asunto de corto plazo empezó a prolongarse y sus viajes mensuales cada vez parecían más necesarios. En 2014, Elizabeth, su esposo y sus dos hijos salieron definitivamente de Maturín, capital del estado Monagas.
“Nunca tuve la idea de migrar pero ha sido una experiencia enriquecedora para mí”, dice. Aunque el sector en el que trabaja es bastante competitivo, ella encontró oportunidades para crecer profesionalmente. Para Elizabeth, la clave es “no hacerse malas ideas, no fijarse en las pequeñeces. Quizás alguien puede decir que mi trabajo le quita la oportunidad a un colombiano, pero se trata de no engancharme en eso, sino dar lo que yo sé”.
«Estoy muy agradecida por poder ejercer aquí todo lo que aprendí en Venezuela. Ser escuchada y respetada en lo que desempeño me satisface mucho en lo personal y en lo profesional».
A pesar del cambio que significó salir de Venezuela, Elizabeth reconoce que la migración le ha permitido crecer, ser más fuerte y menos dependiente. Además, sabe que, a diferencia de muchos de sus compatriotas, ha sido privilegiada en Colombia al tener la oportunidad de ejercer su carrera y crecer como profesional.
Sabe que la situación que viven miles de mujeres venezolanas en Colombia no es la mejor, pero su mensaje para ellas es de aliento, es una invitación a no rendirse. “Este es un país de oportunidades. No es fácil, como en muchos otros países. No dejen de tener fe, de trabajar con honestidad, con claridad, de respetar al otro. De esa manera les irá bien”.
La vida de Karina Gómez siempre ha estado marcada por la cultura. Durante un festival en Cartagena, el cine le cambió la vida: “Conocí a un venezolano, me enamoré y nos fuimos a vivir a Venezuela”, cuenta. En 1992 esta colombiana llegó a Caracas, la ciudad que recuerda como un paraíso terrenal y el escenario perfecto para la vida cultural con música, teatro, artes plásticas y una amplia oferta gastronómica en uno de los países más prósperos de la región y más ricos del mundo.
Hace 15 años decidió realizar un festival de cine venezolano que con el tiempo se convirtió en un encuentro binacional. “La idea era hacer un intercambio, porque una de las cosas de las que nos dimos cuenta es que vivimos muy cerca, somos vecinos, pero nadie conoce mucho sobre cine colombiano en Venezuela, y lo mismo sobre el cine venezolano en Colombia”, dice Karina. El evento era un éxito, pero el cierre de la frontera colombo venezolana en 2015 dejó sin escenario el festival.
A las dificultades para hacer su trabajo se sumaron las cotidianas, que empezaron a aumentar a medida que empeoraba la crisis de Venezuela, como la escasez en los supermercados y la inseguridad en las calles. Esas situaciones y su interés por seguir trabajando por la cultura la trajeron de vuelta a Colombia.
«La cultura es otra forma de mirarnos, y es buenísima porque es inclusiva».
Hoy su vida se mueve entre Bogotá y Mérida, donde todavía están su esposo y su hijo menor. En ese ir y venir dirige el proyecto Cultura Binacional, cuyo objetivo es “levantar el nivel en el que se habla de la migración, tanto colombiana como venezolana. La cultura es otra forma de mirarnos, y es buenísima porque es inclusiva”.
Para Karina, el éxito de su retorno se debe a la persistencia, para no derrumbarse por el desgaste emocional de cambiar de vida con lo que cabe en una maleta.
“La mujer venezolana es emprendedora, buena trabajadora. Lo importante es no desanimarse, levantarse con la cabeza en alto y pensar todos los días de su vida que ese día va a ser mejor que el pasado”, concluye.
Desde que llegó a Colombia, hace diez años, Lala Lovera se ha dedicado a trabajar por madres y niños en situación de vulnerabilidad. Lo que parecía una estadía temporal fuera de Venezuela, por el trabajo de su esposo, se convirtió en una decisión de vida que cambió los proyectos de su familia. Con la migración masiva de sus compatriotas, se volvió una líder de la atención a población venezolana en el país.
Lala dirige la fundación Comparte Por Una Vida. “Trabajar por la niñez de Colombia ha sido el mejor regalo que la vida me ha dado. Me ha enseñado mi pasión por servir”, dice. A esta caraqueña el trabajo social la ha retado como mujer migrante para aprender a ayudar sin mirar la nacionalidad. “De la mujer colombiana he aprendido que no solo basta la voluntad de ayudar sino que te tienes que capacitar, porque tus beneficiarios, los niños, merecen lo mejor”, agrega.
«No pierdan la esperanza,
son una heroínas».
Luego de una década en Colombia, Lala se siente parte de este país: “Colombia es mi casa. Cuando aterrizo en Bogotá siento que llego a casa y cuando voy a una comunidad nueva me enamoro de su gente”. Lo que denomina ímpetu femenino la impulsa para establecer metas cada vez más altas en su trabajo y a “ir por más, por todo” cuando se trata de atender a los niños.
Lala ha acompañado a los caminantes venezolanos que cruzan la frontera para llegar hasta Bogotá, ha escuchado las historias de las madres que traen a sus hijos en brazos y a las que tuvieron que dejarlos en Venezuela. Asegura que son “las mujeres más valientes que he conocido”. El mensaje que les envía a las venezolanas que salen de su país es una invitación a no desfallecer. “No pierdan la esperanza, son una heroínas”.
A los colombianos y a los venezolanos les pide empatía con esas mujeres: “Cada historia, por más terrible, que oigamos; cada decisión que han tomado, por más terrible que nos parezca, es solo por el bienestar de sus familias, por el bienestar de sus hijos. Eso es algo que debemos tener en cuenta antes de juzgarlas”.
Hace pocas semanas, Juan Guaidó le encomendó a Carmen Elisa Hernández una tarea descomunal: organizar la logística de la entrega de la ayuda humanitaria en la frontera con Venezuela. A partir de ese momento, Hernández se convirtió en la mano derecha del embajador Humberto Calderón Berti, y en la artífice a la sombras del operativo. “Todos los políticos están en mil cosas y necesitan un soporte gerencial”, aclara.
A pesar de que aterrizó en Colombia hace cinco años con la idea de mantener a su familia unida y trabajar en su empresa de consultorías, poco a poco ha ido ganando visibilidad dentro del activismo venezolano. Y no es para menos: pasó gran parte de su vida profesional en la esfera pública de su país.
En 2002, como empleada de Pdvsa lideró las protestas por la politización de la petrolera días previos al golpe de estado contra Chávez. Su vocería le costó el puesto. Luego, se dedicó a asesorar políticos y fue directora general de la Alcaldía del municipio de Baruta, en Caracas, hasta que decidió irse del país.
«No busquemos culpables sino responsables».
Migrar a Colombia fue un golpe duro, especialmente para una mujer acostumbrada a la agitada agenda de una funcionaria pública. Pero con el paso del tiempo aprendió a ver lo positivo. ¿Por qué? “Migrar te dimensiona como ser humano. Si aceptas un cargo, es temporal, es para servir. Mañana sales y eres tú con tus capacidades. Punto”, responde.
Hoy, esta mujer de 55 años dirige la Asociación Ávila Monserrate, y desde allí trabaja con otros venezolanos para impulsar la construcción de políticas públicas para sus compatriotas. Afirma que la migración es una oportunidad para el país, y las mujeres pueden entender mejor este proceso porque “son mucho más abiertas para entender el mundo”. Su consejo, para colombianas y venezolanas, es sencillo: “No busquemos culpables sino responsables. Nadie le viene a quitar nada a uno”.
Desde hace año y medio, Astrid Santaromita viaja cada 15 días de Caracas hacia Bogotá. Es ejecutiva de una empresa venezolana de logística con sedes en Estados Unidos, México y Colombia. La compañía llegó hace siete años al país, cuando la migración venezolana no era noticia. Pero en los 18 meses que lleva yendo y viniendo ha evidenciado lo difícil que es comenzar de cero para muchos de los 1.174.743 venezolanos (hasta el 31 de diciembre de 2018) que abandonaron sus hogares y hoy se encuentran en Colombia buscando una mejor calidad de vida.
Esa situación le recuerda cuando emprendió con su empresa en Colombia por primera vez. “Fue duro. Al principio fue traumático por el tema cultural. El venezolano es muy confiado, tiene una manera distinta de hacer negocios. El colombiano es competitivo, es otra liga. Llegué con la idea de que era igual que en Venezuela”.
Ese choque cultural, asegura Santaromita, también lo sienten algunos de los empleados que tenía en Venezuela y que decidieron cruzar la frontera. Dice que se los ha encontrado en Bogotá y que le gustaría contratarlos, pero asuntos legales se lo impiden. Por eso, un consejo que da a quienes vienen a Colombia es adaptarse a la realidad del país.
«Cuando esto cambie -y espero que sea pronto-, el intercambio con Colombia será una locura».
Hoy Colombia se convirtió un lugar importante para el trabajo de esta ejecutiva. “Ya hasta Bogotá me empezó a gustar”. Se ríe, porque los caraqueños están acostumbrados a la cercanía con el mar y a temperaturas superiores a los 20 grados. El frío y las lluvias los espantan.
Aunque esa podría ser una razón para no radicarse en la capital colombiana, Santaromita cree que aporta más a su pueblo manteniéndose en Caracas junto a la empresa que ayudó a construir. “Cuando esto cambie -y espero que sea pronto-, el intercambio con Colombia será una locura. Y actualmente Venezuela no tiene la logística y la infraestructura para recibir las ayudas o las inversiones. Nos tenemos que organizar”.
Ana Karina García abandonó Venezuela luego de que el 23 de febrero del 2018 el gobierno de Nicolás Maduro dictara una orden de captura en su contra por ser la líder del partido Movimiento Juventudes de Voluntad Popular, de la oposición.
Ahora como asesora en migraciones para la Federación Nacional de Departamentos, García recuerda cómo huyó de su país y atravesó el puente Simón Bolívar, así como lo hacen cientos de venezolanos cada día. Escogió este país pensando en que estaría un poco más cerca de su familia y porque desde aquí podía ayudar a muchos más que, como ella, escogieron el exilio.
Desea regresar a Venezuela y replicar el modelo económico que ve en Colombia para que “los venezolanos salgan de la mentalidad rentista”. Ver la migración como una oportunidad de aprendizaje para las mujeres venezolanas y la voluntad de querer un mejor futuro, es lo que García asegura que permitirá una integración de la mujer venezolana en la cultura colombiana.
“Las mujeres jóvenes esperan tener un futuro en Colombia. En Venezuela no pueden pensar en comprar un carro o una casa. Aquí el sistema es diferente”, dice. Y agrega que muchos venezolanos no quieren regresar porque ven aquí la posibilidad de tener lo que sueñan y pueden ayudar a los que se quedaron allá.
«Las mujeres jóvenes esperan tener un futuro en Colombia».
El mensaje de Ana Karina, para las mujeres que como ella cruzan la frontera, es que “confíen en ellas mismas, esa será la herramienta para enfrentar todo”.
Está segura de que el puente por el que muchos migran será pronto el lugar del abrazo por el reencuentro de las familias. “El daño más grande que ha hecho la dictadura es la división familiar”, dijo.
La líder política aseguró que gracias a la migración muchas mujeres venezolanas aprenderán de la resiliencia que han tenido que desarrollar para aprender a vivir lejos de su patria. Por eso está convencida de que la generación que regrese a Venezuela marcará una nueva etapa que se ajustará a los cambios políticos que espera que lleguen pronto.
“A una mujer migrante le diría que sí se puede, que con esfuerzo logrará construir un futuro. Lo más importante es que no pierda la esperanza y dé siempre lo mejor de ella”. Así habla Coraima Torres, actriz venezolana radicada en Colombia, al pensar en la difícil situación que viven millones de mujeres que se ven obligadas a dejar su país.
Coraima dejó Venezuela hace 23 años, luego de recibir una oferta laboral que para ella significaba la posibilidad de cumplir sus sueños. Bogotá le abrió las puertas y se enamoró de la ciudad, la gente y de un colombiano con el que decidió formar una familia.
«Tengo el peso de saber que mi país no está bien. Ya nos quitaron hasta la posibilidad de extrañar».
“Por Venezuela soy quien soy y a quien le debo poder estar aquí”, dice Coraima quien, con la voz entrecortada, recuerda que hace varios años no va a su tierra en donde añora celebrar un 31 de diciembre junto a su familia preparando las conocidas hallacas, en un ambiente caraqueño.
Luego de evocar esos momentos vuelve la sensación de dolor. Coraima asegura que vive con un nudo en la garganta: “Tengo el peso de saber que mi país no está bien. Ya nos quitaron hasta la posibilidad de extrañar, es tristeza, impotencia y frustración lo que se siente”.
La actriz afirmó que para la mujer es mucho más difícil migrar, porque muchas deben dejar sus hijos y su familia para enfrentarse a situaciones de discriminación de género y xenofobia. “Las mujeres viven con el estigma de poder usar su cuerpo para lograr lo que quieren, entonces llega la censura y las críticas, tal vez, porque no han tenido otras herramientas para salir adelante, entonces no hay que juzgarlas, son unas luchadoras”, dijo.
Para ella, lo único que haría menos difícil el proceso de tantas mujeres que pasan la frontera es la esperanza, porque dice que en Venezuela solo pueden pensar en el presente, mientras que en Colombia podrán construir un futuro. La actriz resaltó y agradeció la solidaridad de los colombianos con los suyos.
Dafne Gil recibió varias señales que la convencieron de cerrar su empresa, dejar a su familia y tomar un avión Caracas-Bogotá sin tiquete de regreso. La primera vez que se lo planteó fue en 2011 cuando empezaron a irse de Venezuela algunos de sus trabajadores más jóvenes y talentosos.
Aunque el país estaba lejos de vivir la crisis humanitaria de hoy, para esta consultora en temas de innovación, algunos problemas como la inseguridad, la expropiación masiva de empresas y el encarcelamiento de personas cercanas fueron motivos suficientes para emigrar: “Me angustiaba que Venezuela se fuera a cerrar en términos de economía y no alcanzar a tomar una decisión a tiempo”.
Tenía 50 años cuando llegó a Bogotá, pero se sentía de 22 porque “es la edad en la que uno empieza a construir todo desde cero”. Luego de lograr entender mínimamente su nueva ciudad con el apoyo de una prima barranquillera, ella y sus socios reabrieron la empresa Crea Resultados, y empezaron a tocar puertas en un mercado desconocido: “Ya no era como en Venezuela, donde cogía un teléfono y alguien me conocía”.
«La integración también es conocer la geografía, entender la ciudad, identificar un parque que te gusta, enamorarte del lugar».
Para Dafne, tanto los portazos como las oportunidades en esa búsqueda de clientes se convirtieron en la experiencia perfecta para lograr integrarse en su nuevo país. A eso se sumó su esfuerzo permanente por crear lazos de amistad con colombianos, en contra de la tendencia común a “quedarse en la comodidad del círculo de venezolanos”.
Pero lo que terminó por acelerar esa adaptación en Bogotá fue su afición por el ciclismo: “La integración también es conocer la geografía, entender la ciudad, identificar un parque que te gusta, enamorarte del lugar. En eso me ha ayudado mucho la bici”.
A través de su rol como directora de proyectos de Foros Semana, esta colombo-venezolana ha aprendido a conocer y entender un país que resultó mucho más diverso de lo que imaginaba. Además de ser accionista de Crea Resultados, cursa un posgrado en escritura creativa y hace coaching para empresas, desde donde promueve la inclusión de los migrantes en el mercado laboral.
Carolina Sorgi está radicada en Colombia por una mezcla extraña de infortunio y oportunidad. En el 2013, lanzó en Venezuela Mah!, una compañía de comida premium, orgánica y sin azúcar para bebés. Dos años después su empresa fue expropiada, y el mismo día que lanzó Mah! en Bogotá, en su cargo como directora, le dictaron auto de detención desde Caracas. No tuvo más remedio que emigrar, pero se llevó la idea y el emprendimiento en sus maletas.
Después de un periodo en Estados Unidos llegó a Colombia en enero de 2017 con sus tres hermanos y los respectivos sobrinos. Dos años después reconoce que fue un alivio para su vida como migrante. “Sigo pensando que somos países hermanos, pero somos muy diferentes. Tener la familia cerca te hace sobreponerte mucho más rápido”, admite.
El cambio de país no detuvo su obsesión: mitigar la malnutrición de los niños en Latinoamérica con productos de alta calidad. ¿Su valor agregado? Que los niños los reciban sin importar si los padres tienen mucho o poco dinero. Con ese objetivo, hace tres años instaló su oficina en Colombia y siempre ha tratado de emplear venezolanos, hoy son el 40 por ciento de los trabajadores. Aunque los productos de Mah! se encuentran en las góndolas de los supermercados y farmacias, también los dona a niños de fundaciones y casas hogar.
Su progresiva y exitosa integración en Colombia, que además le permitió mantener ese modelo altruista, se la atribuye a la paciencia y al tiempo. “La clave no es imponerse sino adaptarse. Tú viniste a algo, sientes que estás cumpliendo una misión”.
«El problema de la malnutrición va más allá del fenómeno migratorio».
A finales del 2017, ganó el caso para que le devolvieran su empresa en y logró reactivar su operación en Venezuela, lo que le permitió importar y vender fórmulas infantiles, el producto estrella de Mah!. Solo en el 2018, donó 78.000 latas en Venezuela que beneficiaron a casi 20.000 niños, y en Colombia donó unas 15.000.
Si algo entiende Carolina Sorgi es que “el problema de la malnutrición va más allá del fenómeno migratorio”. Hoy, además de su negocio, hace labores humanitarias con migrantes y enfoca sus esfuerzos para que los niños de cualquier nacionalidad o clase social se aseguren la oportunidad única de recibir alimentos de primera calidad. “Si no ‘agarramos’ a los niños entre los cero y dos años, que es nuestro foco, ya tienes a una persona con muchas incapacidades a largo plazo”, concluye.
La vida de Dalita Navarro siempre ha girado en torno a las artes, la misma industria que la trajo de Caracas a Bogotá hace 25 años.
A mitad de los años 90 esta ceramista dejó en Venezuela a sus tres hijas y su galería de arte para trabajar en Colombia como directora del Centro de Cultura de la Embajada venezolana. Llegó y pensó que eventualmente volvería a su país, pero tuvo que cambiar sus planes.
En el 2000, un año después que Hugo Chávez asumiera la presidencia del país, esta artista vendió todas sus propiedades en Venezuela. Ella hace parte del primer flujo migratorio de venezolanos a Colombia, un grupo que, según el Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, salió de su país motivado por el miedo a los ideales políticos de Chávez. “Yo sabía que esa elección no podía traer nada positivo, por eso preferí vender todo”, cuenta Dalita.
Ese cambio de Gobierno también significó que dejara su trabajo diplomático en Colombia, donde ayudó a impulsar el teatro y las orquestas en el país. Sin embargo, Dalita siempre ha sido una mujer decidida, por eso volver a formar una vida en Colombia no fue un obstáculo. “Dentro de la misma familia creían que no podía, pero no es así. Como mujer no hay que dejarse etiquetar. Nosotras también podemos”.
«No se aíslen, porque pueden aportar mucho, pero también aprender mucho si están dispuestos»
Los proyectos culturales la trajeron a Colombia, y eso la mantuvo en el país. Se dedicó a trabajar en sus propias iniciativas artísticas y también se enamoró. Se casó con el expresidente colombiano Belisario Betancur, con quien creó la Fundación Escuela Taller Barichara, una iniciativa en el municipio de Santander para que los habitantes del lugar se eduquen gratuitamente en artes y oficios como cerámica, gastronomía, bordado, joyería, artesanías y música.
A través del proyecto, Dalita ha logrado que los jóvenes encuentren oportunidades en su municipio. “Barichara se estaba quedando solo con personas mayores porque los jóvenes no tenían espacios para formarse, por eso nosotros los educamos y tratamos de incentivarlos para que trabajen en la comunidad y no se vayan”. Un aporte importante teniendo en cuenta que en Colombia hay 2,6 millones de jóvenes rurales que viven en condición de vulnerabilidad según el Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (Rimisp).
Dalita está convencida de que la migración es una oportunidad para todos si se sabe aprovechar. “Quienes están llegando deben meterse de lleno en el país. No se aíslen, porque pueden aportar mucho, pero también aprender mucho si están dispuestos”.
La crisis política, económica y social de Venezuela ha afectado a la mayoría de hogares en ese país. Por eso, son comunes las imágenes de familias cruzando la frontera y caminando por las carreteras colombianas en busca de un mejor lugar para vivir.
En el Día Internacional de la Mujer vale la pena conocer y destacar a las mujeres que hacen parte de ese grupo. Los datos del Observatorio del Proyecto Migración Venezuela ayudan a entender mejor quiénes son.
En Colombia hay 1.099.117 venezolanos con intención de permanecer en el país. De estos, el 48,8 por ciento son mujeres, es decir, 536.299. Esto indica que la migración ha afectado a mujeres y hombres por igual.
El 59 por ciento de ellas tiene entre 18 y 60 años. Aunque es una población que se encuentra en edad productiva, solo la mitad de ellas trabaja, principalmente en sectores informales.
De cada diez mujeres venezolanas en nuestro país, seis terminaron el bachillerato y tres tienen estudios de educación técnica, profesional o de posgrado. Esta formación educativa supera el logro educativo de los colombianos que, en promedio, llega a grado noveno de secundaria.
Estas características indican lo que han señalado los expertos y lo que muestran los perfiles que hacen parte de este especial: las mujeres venezolanas tienen lo necesario para aportar a Colombia y sostener a sus familias a cada lado de la frontera.
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