José Gregorio Dávila, Pedro Castilla, Zarahí González y Enmanuel Bastidas se forman en el proyecto La música, un puente hacia la integración. | Por: MARIO FRANCO - SEMANA
En una gran hermandad se han convertido los gestores culturales migrantes venezolanos y colombianos que se forman en el diplomado La música, un puente hacia la integración, de la Fundación Gratitud, con apoyo de USAID, en el marco del Proyecto Integra.
Son jóvenes, echados para adelante y venezolanos. A José Gregorio Dávila, Enmanuel Bastidas y Zarahí González los unió la migración forzada y la música en la ciudad de Cúcuta, a la que llegaron dispuestos a dar lo mejor de sí con sus talentos.
Cuando se juntan a tocar con sus instrumentos, el violín, la guitarra y el cuatro, las melodías suenan en perfecta sincronía, así como se han engranado con el ritmo sonoro que sale de la caja de percusión que toca a ojos cerrados Pedro Jesús Castilla, un joven nortesantandereano que los recibió como sus hermanos, y a quienes ya considera sus panitas.
Son las 12:00 del mediodía y la temperatura de 33 grados abrasa a la capital de Norte de Santander. Estos cuatro gestores culturales se dieron cita en la biblioteca pública Virgilo Barco, de la ciudad de Cúcuta, para relatar cómo surgió esta hermandad en el diplomado La música, un puente hacia la integración, que implementa la Fundación Gratitud, de la mano de USAID en el marco del Proyecto Integra.
El proceso de formación de la Fundación Gratitud incluye a 125 gestores y gestoras culturales venezolanas y colombianas para que a través de la música promuevan la integración social de población migrante y retornada con un enfoque de género que resignifique el proceso migratorio en Colombia. Fotos: Mario Franco
Con solo 19 años, Zarahí Gonzaléz, salió huyendo de Venezuela, con la meta de ayudar a su familia, y por más de dos años se radicó en Ecuador. Allí comenzó tocando su violín en los semáforos, en los parques y plazas, hasta que pudo conseguir estabilidad tocando en eventos musicales.
Esta colombo venezolana toca el violín, el cuatro y la guitarra desde los 9 años tras una disciplinada formación en el Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela, en el estado Táchira. Con la llegada de la pandemia decidió estar más cerca de su familia y se radicó en la ciudad de Cúcuta en el año 2020.
Para ella la música tiene la capacidad de integrar a las personas, independientemente de su nacionalidad. En Cúcuta se siente como en su ciudad natal: San Cristóbal. La llena de ilusión que vive cerca de su tierra y puede visitar a sus seres queridos.
La migración la ha enseñado a ser más humilde y a respetar la diversidad de las personas. En la capital de Norte de Santander trabaja en varias academias enseñando música y eso la hace feliz.
"Las ciudades fronterizas aceptan más a los migrantes. Mis abuelos eran nortesantandereanos, en Cúcuta yo me siento como en casa", dice Zarahí, quien forma parte del grupo de gestores culturales que se están formando en la Fundación Gratitud.
"Esta es una oportunidad increíble, me ha permitido vincularme y conocer a músicos colombianos y venezolanos", completa González.
Zarahí González tiene 24 años, Es gestora cultural en la Fundación Gratitud y enseña música a niños y jóvenes en varias academias de música en Cúcuta. Foto: Mario Franco
El merideño José Gregorio Dávila solo sabe que su única arma de batalla es el cuatro, un instrumento típico venezolano que lleva siempre consigo como el mejor amuleto. Con sus dos niños y su esposa se radicó en Cúcuta en diciembre de 2019 y desde entonces no ha parado de hacer música.
Para ganarse un sustento dejó la pena a un lado y tocó en las calles y avenidas. En esos días de lucha se encontró a un colombiano que tocaba guitarra y se acercó para integrase. La música fue el vínculo mágico que lo conectó con la Fundación Gratitud y con otros paisanos que lo invitaron a integrar la agrupación 3 de Calle Música.
Desde que tiene uso de razón a José Gregorio le ha gustado la música. Recuerda con emoción cuando desde niño hacía percusión con las latas de leche en polvo. Es un andino enamorado de la gaita zuliana, un género tradicional venezolano que le permitió trabajar en un parque temático de la ciudad de Mérida.
En Venezuela perteneció a varias agrupaciones gaiteras, y luego llegó al Sistema Nacional de Orquestas a enseñar música en las escuelas en el programa Simón Bolívar. Su pasión más grande es impartir música a los niños.
El venezolano José Gregorio Dávila ama enseñar música a los niños. En Venezuela trabajó en el Sistema Nacional de Orquestas con un programa musical en las escuelas. Foto: Mario Franco
Pedro Jesús Castilla es un colombiano que enciende los ánimos de cualquier fiesta cuando toca la caja de percusión. Es licenciado en educación artística y gestor cultural de la Fundación Gratitud, además un admirador del talento de los migrantes venezolanos que comenzó viendo en las calles en Cúcuta.
La sinergia que tiene Pedro con las personas del vecino país es genuina, tanto que para nada le importa la nacionalidad y el pasaporte. Su maestro de piano en la Universidad de Pamplona, Javier León, es un venezolano del que aprendió algo muy importante: la enseñanza musical se puede hacer jugando y así lo adoptó para transmitirles el amor por la música a los niños.
"Tengo muchos amigos músicos venezolanos y me han dejado muchas enseñanzas. He crecido con ellos en lo profesional y en lo personal, ya se puede decir que somos panitas", afirma sonriente Pedro, quien invita a los demás colombianos a ver a los migrantes con otros ojos, porque según él, tienen mucho que aportar al país.
Pedro Jesús Castilla admira mucho el talento que tienen sus compañeros músicos venezolanos, quienes lo animaron a participar en la agrupación 3 de Calle Música. Foto: Mario Franco
Enmanuel Bastidas tiene tanto talento cuando toca el violín, que es capaz de arrancar lágrimas a la persona más dura de sentimientos. Acumula más de 20 años acariciando notas en este instrumento, que aprendió a tocar a los ocho años, en Barquisimeto.
Lleva en sus venas el legado del maestro José Antonio Abreu, creador del llamado El Sistema, de Venezuela. Como la mayoría de los migrantes venezolanos salió forzado de su país, y con su amigo cuatrista Narciso Díaz decidió emigrar en plena crisis humanitaria, en el año 2018. Ambos se prometieron ayudar a sus familias haciendo música, y así llegaron a Cúcuta caminando largos trayectos.
Los primeros días en la capital de Norte de Santander fueron tan duros que al mes Enmanuel ya quería regresarse a Venezuela, pero para su sorpresa la suerte les cambió cuando los cucuteños comenzaron a admirar con detenimiento los recitales que ofrecían en parques públicos y en centros comerciales.
Ya la gente los reconocía cuando se paraban a tocar todas las mañanas en la calle 10, entre cuarta y quinta de Cúcuta, y en las tardes armaban singulares conciertos en la plazoleta del centro comercial Ventura.
"Tuve la oportunidad de viajar a Neiva y conocimos a muchos músicos colombianos, nos entendíamos muy bien porque la música colombiana y venezolana se parecen, somos dos naciones hermanas", cuenta el músico, gestor cultural de la Fundación Gratitud y el violinista principal de la agrupación 3 de Calle Música, conformada por migrantes venezolanos y un músico colombiano.
Zarahí, José Gregorio, Pedro y Enmanuel toman sus instrumentos y hacen lo que más les apasiona. La música los unió en Colombia y borró todas las fronteras.
Enmanuel Bastidas tiene 28 años y desde niño aprendió a tocar el violín. Perteneció al Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela. Foto: Mario Franco
La Universidad Johns Hopkins y la Corporación Red Somos, con el apoyo del Ministerio de Salud de Colombia y Onusida, abordó la situación de salud de la población venezolana migrante en el país.