Nicolás tiene clara toda la alineación de los dos equipos. Cuando no hincha por la vinotinto, apoya a la selección Colombia. | Por: MAURICIO DUEÑAS:AP//FAMILIA ECHEVERRÍA
La previa: Los Echeverría miran ansiosos mientras Venezuela y Colombia salen al campo de juego del Estadio Metropolitano de Barranquilla. Pedro y Nicolás repasan la alineación de ambos equipos: “Falta Salomón Rondón”, dicen resignados. Mientras tanto, Zamara fríe tequeños, un plato tradicional de Venezuela, similar a un palito de queso, cuya masa moldeó la noche anterior. Daniela, entre tanto, se sirve un Ron Santa Teresa para estar más cerca de su otra casa.
Es la primera vez que ven la Vinotinto después de llegar a Colombia. Como una familia binacional sus vidas siempre han estado atadas a los dos países. Pedro, que nació en Venezuela, conoció a Zamara cuando vino a un congreso de economía en Bogotá. Se enamoró de ella desde el primer instante y durante casi tres años de relación, sus vidas fueron un vaivén entre Bogotá y Caracas.
Sus hijos, Daniela y Nicolás, nacieron en Colombia, pero fueron criados con el sabor caraqueño y en medio de una revolución que cambiaría a Venezuela para siempre. Ambos se sienten venezolanos, pero al mismo tiempo también son colombianos.
6:38 de la noche, inicia el partido: El árbitro pita y Zamara vuelve a sentarse en el sofá. Nicolás ya mueve su pierna de arriba a abajo, pero Pedro, parece tranquilo.
Minuto 9: Santiago Arias corre por la banda a cubrir al defensor Darwin Machís y cae sobre su tobillo. Todos gritaron de dolor. En la televisión repiten la jugada una y otra vez, desde todos los ángulos posibles.“Pero para qué vas a revisar el VAR, ya vimos todo”, le grita Nicolás al televisor. No se atreven a mirar.
Tal vez, porque años antes Pedro había vivido algo similar pero lejos de una cancha de fútbol. Estaba caminando en medio de un bosque del Parque Nacional Henri Pittier a tres horas de Caracas. Había llovido la noche anterior y el piso estaba húmedo. Sonó un estruendo y algo lo derribó: un árbol lo mandó montaña abajo. Tuvo golpes en todo su cuerpo, lesión de ligamento cruzado y un mal recuerdo.
El colombiano Duvan Zapata, derecha, celebra anotar el primer gol de su equipo con su compañero Juan Cuadrado durante un partido de fútbol de clasificación contra Venezuela para la Copa Mundial de la FIFA Catar 2022 en Barranquilla, Colombia, el viernes 9 de octubre de 2020.
Foto AP / Gabriel Aponte.
Minuto 16: Llegó el primer gol de Colombia. James le entregó el balón a Cuadrado, quien luego de desbordar por la banda izquierda, le puso un centro perfecto a Duván Zapata, que con la frialdad de un killer, definió para poner el partido 1-0. El estruendo se escucha en la calle, pero en la sala de los Echeverría fueron solo risas, Zamara no se atreve a celebrar.
A pesar de ser colombiana, se siente como una vinotinto más. Hizo su vida y su hogar en Caracas. “Yo nunca me sentí extranjera en Venezuela, fue mi casa” dice. Pocas veces se le pasó por su cabeza tener que volver a Colombia. No porque no lo extrañara, ni a su familia, sino porque había construido en el país vecino la vida que soñaba.
Pero con el paso de los años la crisis económica y política de Venezuela se agudizaba, así que en búsqueda de mejores oportunidades para sus hijos, agarró su maleta, su pasaporte y emprendió el viaje con Nicolás hacia Bogotá. En ese momento se separaron por primera vez. Daniela y Pedro en Caracas, Zamara y Nicolás en Bogotá.
“Vinimos de viaje a visitar a nuestra familia y llegó un mensaje de la Universidad Nacional diciendo que había sido aceptado en Economía. En ese momento decido quedarme y mi mamá me apoya”, cuenta Nicolás. Por esas fechas en Venezuela hubo apagones casi todo el tiempo. Por una semana, Daniela y Pedro vivieron en medio de la oscuridad.
En Colombia, Nicolás y Zamara, sufrían mientras veían las noticias de lo que pasaba. Estaban desconectados de su familia. Daniela en Caracas solo tenía una vieja radio para acompañarla “Leía todo el día y en las noches escuchaba las noticias en la única estación que estaba al aire y decía algo sobre lo que pasaba”, cuenta.
En la foto se ve a Nicolás, Daniela, Pedro y Zemara. hace un año viven en Bogotá después de 20 años en Venezuela.
Minuto 25: Zamara lee en voz alta una publicación del medio de humor El Chiguire Bipolar que dice “Venezolano en Colombia se prepara para celebrar la victoria o derrota de Venezuela”. Mientras ríe, Luis Muriel recibe un pase de Johan Mujica que atraviesa toda el área venezolana y le cambia la trayectoria al balón. Wuilker Fariñez se queda parado y no alcanza a llegar. Zamara se mantiene en silencio e incluso se lamenta. Colombia lleva dos goles y Venezuela todavía no crea la primera ocasión.
Minuto 37: Roberto Rosales patea al arco de larga distancia y Camilo Vargas logra despejar el balón con la punta de sus dedos. Es la primera opción clara para La Vinotinto. En la sala todos gritan por lo cerca que pasó el balón. “Mi mamá hincha por Colombia pero escondida, es igual que nosotros”, dice Nicolás.
Para los Echeverría la única diferencia entre un colombiano y un venezolano es la frontera que alzaron entre los dos países. “Colombia también es mi país. No lo siento diferente y no somos tan distintos. Es mi segunda casa, no me fui a China. Lo siento tan mío como Venezuela”, explica Daniela.
Daniela estudió periodismo en Caracas, mientras su madre y su hermano estaban empezando a hacer su vida en Bogotá.
Minuto 48: Luis Muriel recibe un saque rápido de Camilo Vargas y corre por la banda izquierda, donde nadie lo frena. Nicolás se queja de la defensa Vinotinto y Muriel, después de eludir a Jhon Chancellor, hace la tercera anotación de Colombia.
Pedro entonces recuerda como una vez jugando fútbol, no pudo marcar a un delantero que era mucho más rápido que él y le rompió la pantaloneta.“Yo jugué fútbol toda la vida. Cuando viví en Colombia en las canchas me llamaban ‘El costeño’. He visto muchos partidos acá, incluso estuve aquí en el 5-0 y lo salí a celebrar como cualquiera. Cuando no es contra Venezuela, siempre le voy a Colombia”, cuenta.
Entretiempo: Ya no quedan tequeños en la mesa. El partido para Nicolás no tiene vuelta atrás. Suena su teléfono y son sus amigos de la universidad, todos colombianos, que lo molestan por el resultado del partido “Según las casas de apuestas la probabilidad de que Venezuela gane son de 1/100”, dice riéndose. Se pone una chaqueta, se despide de su familia y sale para un restaurante, donde verá el segundo tiempo.
7:42 p.m, arranca el segundo tiempo: El partido pasa a un segundo plano, los narradores se vuelven música de fondo mientras Pedro, Zamara y Daniela discuten sobre su llegada a Colombia y lo mucho que han vivido desde que dejaron Venezuela.
Recuerdan las marchas, en las que avenidas de hasta ocho carriles estaban repletas de gente que alzaba sus voces en contra del Gobierno y de las injusticias que se vivían diariamente en Caracas.
También recuerdan como cuando Pedro y Zamara empezaron a salir, tuvieron casi que crear un diccionario de palabras para no confundirse entre los dos, o decir algo inapropiado; como coger el lápiz, expresión que en Colombia pasaría desapercibida, pero que en Venezuela despierta todas las miradas.
O la vez que Daniela quedó con algunas amigas en Colombia para subir Monserrate y una alemana supo decir chanclas mucho más rápido de lo que ella pudo recordar esa palabra. “Les estaba diciendo que no usaran cholas y ninguna de las dos me entendía. Les dije no usen ‘Flip flops’ y mi amiga llega y dice ‘Ah no usen chanclas’... la alemana sabía más de Colombia que yo”, dice entre risas.
Pedro jugó fútbol casi toda su vida. Siempre defiende a la selección colombia excepto cuando juega la vinotinto
Minuto 75: Se salvó Venezuela del cuarto gol. Steven Alzate pasa la pelota a Radamel Falcao García que remata a la portería, pero no puede vencer al arquero venezolano. Entonces Zamara, ya desconectada del partido, se acuerda de Daniel, un migrante al que conoció con su esposo en Transmilenio.
Al escucharlo cantar una melodía venezolana acompañado por su hija pequeña, Pedro no pudo contenerse y le habló. “También soy venezolano y entiendo lo que estás pasando”, le dijo. A pesar de la pandemia lo abrazó y lo invitó a su casa, a comer arepas. La migración la viven distinto, entienden su privilegio en Colombia, tienen casa, comida y están todos juntos. Salir a la calle duele, pero cada que pueden, les gusta apoyar a otras familias migrantes.
Minuto 93: termina el partido, todos se lamentan por la Vinotinto, pero no están realmente tristes. Colombia también es su país y celebran sus victorias. En Bogotá han encontrado un nuevo hogar, en un país que jamás dejó de ser suyo. La integración en realidad para ellos es algo normal, las antiguas discusiones como, de dónde viene la arepa, el hasta el término veneco, son irrelevantes. Al fin y al cabo, Colombia y Venezuela para los Echeverría son casi la misma cosa.
La selección venezolana es la única que no se ha clasificado a un Mundial de fútbol desde que este se empezó a disputar cada cuatro años en 1930, en el que su primer campeón fue Uruguay.