Un espectáculo es una demostración visual particularmente llamativa. Comúnmente, el término se asocia con entretenimiento y ocio. Por eso a veces dejamos pasar que esta es también una forma de representación política, que sugiere activa y pasivamente como parte de la vida diaria, y que se alimenta de medios y redes al por mayor.
Por demás, ni su puesta en escena ni su recepción son actividades neutras. El espectáculo es un instrumento de poder que tiene fines y consecuencias, sobre los cuales ni emisores ni receptores cuentan con control absoluto, porque en últimas, sus efectos se construyen en medio del tira y afloje entre ambos.
Esta reflexión surge a raíz de la forma como fue presentada la expulsión de cinco personas hacia Venezuela en días pasados, acusadas de no acatar los términos de la cuarentena y de daño en bien privado. En los videos compartidos en twitter por las autoridades encargadas del procedimiento, replicadas en redes y medios de comunicación, se cuenta una historia, a todas luces llamativa, siguiendo una secuencia y una narrativa que se asemeja a la de un espectáculo.
Todo comienza en Bogotá, desde donde cinco personas esposadas que se atienen a la autoridad inminente de quienes los vigilan, pasan por distintas sedes de la institucionalidad colombiana en la capital y en la frontera, hasta que son entregados a homólogos venezolanos en Villa del Rosario. Son constantes el simbolismo alrededor del poder y el control de la fuerza pública, así como la subjetivización de estas personas como infractoras.
Particularmente, llama la atención cómo se introdujo el primer video en twitter desde la cuenta de Migración Colombia. La expulsión se llevó a cabo “luego de que un juez los dejara en libertad, tras considerar que los daños ocasionados por los extranjeros y que no acataran la medida de aislamiento, no eran motivo suficiente para dictar una medida de aseguramiento intramural”. Esto sugiere que uno de los objetivos de los videos era posicionar a la autoridad migratoria sobre las decisiones del ente encargado desde el poder judicial.
Más aún, la espectacularidad funciona para afirmar legitimidades, además de enviar mensajes en diversos sentidos, a los migrantes, a los ciudadanos y a las instituciones dentro del mismo Estado. La puesta en escena apela a llamar la atención y ganar audiencias, que respalden nuevas acciones similares, por más que se encuentren en la difusa línea entre la legalidad y el exceso.
El espectáculo es una técnica tan antigua como la política misma. En periodos de excepción como el que vivimos, puede coquetear con legitimar lo que en tiempos menos tensos sería inaceptable. En el afán de mostrar resultados y alimentar la opinión pública en estos momentos de incertidumbre, los videos le dan alas a aquellos que quieren ver la migración como amenaza, en detrimento de la gestión migratoria actual. Este espectáculo mostró a estas personas como sujetos de control y vigilancia especial por su condición de migrantes y no por haber desacatado los términos de la cuarentena.
El asunto no es dejar de castigar a quién incumple las normas de convivencia. El problema tiene que ver más con el mensaje de miedo y disciplina que se emite, con el subtítulo de castigos diferenciados para individuos de primera, segunda y hasta tercera categoría. Al final esta espectacularidad alimenta, e incluso, puede ser entendida entre el público como un acto que normaliza la ya encumbrada xenofobia y el ascenso del discurso que entiende la migración como un problema de seguridad en Colombia. Desafortunadamente, esto es severamente contraproducente para profundizar la integración migratoria que nuestro país necesita.
Los derechos de la niñez migrante y refugiada han de ser una prioridad hoy y siempre.
Flexibilizaron la restricción que impusieron autoridades venezolanas en abril, informó la Gobernación Norte de Santander, que además instó a los alcaldes y gobernadores a que se abstengan de enviar transportes a la frontera.