Zuneyka González tiene 26 años, una pequeña hija y una historia para contar: pasó de asesorar clientes en un banco de Caracas, en Venezuela, a luchar por los derechos de los migrantes en Colombia. Ella no sabe exactamente cómo ocurrió. Tampoco conocía de sí misma esa faceta social y filantrópica.
Lo cierto es que ella fundó una organización en Barranquilla que está siendo apoyada por la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur), en el marco de un proyecto de fortalecimiento a organizaciones venezolanas, y que les ha tendido la mano a unas mil mujeres migrantes y colombianas retornadas.
La iniciativa se llama Fundación Mujeres sin Fronteras Colombo-Venezolanas y se echó a rodar en agosto de 2019. Ahí, Zuneyka promueve talleres contra la violencia de género, información sobre rutas migratorias, actividades deportivas e interculturales, jornadas de salud, atención psicosocial y orientación para que las mujeres planifiquen y cuiden su salud reproductiva.
La iniciativa se ha venido expandiendo, hoy el grupo tiene más de 33.000 miembros, la página en Facebook más de 2.000 seguidores y en Instagram ya han llegado a los 12.000 seguidores. © Miguel Ángel González
De esta forma contribuye a mejorar las condiciones de los venezolanos en una de las regiones con mayor tasa de migración. Acorde con cifras oficiales, a finales de 2019 Atlántico representó el 9,59 por ciento de la población total migrante en el país, solo por debajo de Bogotá y Norte de Santander.
Zuneyka asegura que su motivación es ella misma. O más bien, lo que recuerda de ella misma: una mujer que llegó junto con su esposo a territorio colombiano con su hija de brazos y una maleta llena de sueños. “Yo sé lo que significa en esta situación estar lejos de la familia, ser mamás, amas de casa y trabajar en lo que toque. Y en muchos casos, estar también en situación irregular…”, dice.
Eso último es, precisamente, uno de los flagelos que la motivaron a crear la Fundación. “A finales de agosto pasado hicimos un censo en La Playa: entre 250 mujeres migrantes, solo 20 tenían estatus migratorio regular”, asegura Zuneyka. “Ese fenómeno hace que ellas sean más vulnerables frente a posibles abusos de sus parejas. Las mujeres migrantes que sufren maltrato no denuncian porque sienten que no tienen derecho de hacerlo o, si lo hacen, nadie va a prestarles atención”, agrega.
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Con una interacción fuerte en el mundo digital, Zuneyka empezó a pactar encuentros de integración y de solidaridad de modo presencial. © Miguel Ángel González
Luego de casi dos años de trabajo comunitario, la iniciativa empezaba a ser reconocida. Aquí y allá se hablaba de la venezolana que les ayudaba a los migrantes y el rumor llegó a oídos de funcionarios de la oficina de Acnur.
ADIÓS, VENEZUELA
Un embarazo con cada vez más necesidades y un futuro incierto para la bebé que venía en camino hicieron que Zuneyka, a finales del 2015, mirara a los ojos a Henry Roch, su esposo. “Debemos irnos”, le dijo. Tras poner en venta el carro y todos los enseres, la pareja abordó un avión desde Caracas con destino a Maracaibo y, de allí, un bus hasta la frontera con Colombia, en Maicao.
El destino era La Playa, un corregimiento a siete kilómetros de Barranquilla, un lugar en donde los esperaban amigos y familiares. Ni remotamente Zuneyka contempló la idea de crear la fundación que hoy dirige. En cambio su cabeza, durante meses, estudió la idea de montar un negocio. Uno de comida rápida. Con ahorros, al término de las fiestas decembrinas del 2016, encontró y tomó en arriendo el local ideal. Le adecuó una barra, sillas, mesas y montones de sueños. El nombre era sonoro y estilizado: Restaurante Friti Roch, por el apellido de la familia.
No obstante, las esperanzas duraron poco. En cinco meses, Zuneyka y su familia se dieron cuenta de que el negocio no estaba siendo rentable y que había que cerrarlo cuanto antes. La idea era vender los muebles que habían comprado para recuperar algo de dinero, una decisión que desestabilizaría su economía. “Un señor ofreció comprarnos el refrigerador y otras cosas por siete millones de pesos. Pero el tipo nos estafó. Nos pagó con un cheque sin fondos”, cuenta Henry con algo de desazón en la voz. Pese a la denuncia interpuesta ante la SIJIN, nunca lograron recuperar el dinero. “Fue una bienvenida desagradable”, agrega el hombre.
Hoy la fundación continúa consolidándose y trabajando por las migrantes. © Miguel Ángel González
Para entonces, Zuneyka ya había puesto sus esperanzas en las redes sociales. “Busqué ayuda en un grupo de Facebook llamado Venezolanos en Barranquilla, pero nunca recibí respuesta. Así que decidí crear mi propio grupo: Venezolanos Unidos en Barranquilla”, relata. Al principio, se trató solamente de una página para que todos los integrantes aportaran información y resolvieran dudas, pero con el tiempo se empezó a volver un lugar de refugio y descanso, al menos virtual.
La iniciativa se ha venido expandiendo, hoy el grupo tiene más de 33.000 miembros, la página en Facebook más de 2.000 seguidores y en Instagram ya han llegado a los 12.000 seguidores.
Con una interacción fuerte en el mundo digital, Zuneyka empezó a pactar encuentros de integración y de solidaridad de modo presencial. “La idea era que, al menos por unas horas, el parque se sintiera como un pedacito de Venezuela”, cuenta emocionada. Era un espacio para conocerse, compartir alimentos y realizar jornadas de recolección de ayudas, al tiempo que se exorcizaban las tristezas. “Muchas veces yo también he estado cansada, pero derrumbarse no es una opción cuando uno es el apoyo de otros”, reflexiona la caraqueña.
En agosto de 2019, luego de casi dos años de trabajo comunitario, la iniciativa empezaba a ser reconocida. Aquí y allá se hablaba de la venezolana que les ayudaba a los migrantes. Fue entonces cuando la oficina de ACNUR en Barranquilla invitó a Zuneyka a formar parte, junto con otras 3 organizaciones, del proceso de acompañamiento que se brinda para la formación y la realización de actividades con población refugiada y migrante.
Zuneyka accedió. “Yo quería crear un proyecto hecho por una mujer para ayudar a las mujeres”, dice orgullosa. Fue así como, aproximadamente dos meses después, se constituyó Mujeres sin Fronteras Colombo-Venezolanas. “El apoyo de ACNUR fue una gran noticia para todos los que participan en la Fundación porque su apoyo hace que podamos ayudar a más personas”, cuenta emocionada González.
Hoy la fundación continúa consolidándose y trabajando por las migrantes. Y aunque Zuneyka y su esposo todavía trabajan para encontrar estabilidad, y ella se la rebusca con diferentes oficios, se siente recompensada cada vez que brinda asistencia u orientación. Ella convirtió el duro transitar de la migración en una oportunidad para ayudar a sus hermanos.
Esta es la primera de varias visitas a territorio que se realizarán en conjunto con el Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos (GIFMM), coliderado por el ACNUR y la OIM.