La Fundación Regalando Sonrisas está integrada por migrantes y retornados que, inicialmente, financiaron ayuda humanitaria con sus propios recursos. | Por: MARIO FRANCO | SEMANA
Un grupo de mujeres migrantes venezolanas y retornadas dedican sus vidas a ayudar a quienes llegaron desde el vecino país sin más patrimonio que la esperanza. Hoy atienden a cerca de 1.500 personas en los barrios más vulnerables de Bucaramanga y Girón.
Si hay alguien que sepa de tristeza, de caminar bajo el sol y la lluvia, si hay alguien que sintió cómo la desesperanza marchitaba sus sueños son estas mujeres que desde hace año y medio corren sin parar haciendo el bien, sin más recompensa que una sonrisa.
Por eso, el nombre de su fundación no podía ser otro: Regalando Sonrisas, un apostolado sin desmayo, un ejemplo de entrega desmedida. Basta con decir que ninguna de las 18 voluntarias tiene trabajo fijo, ni un salario constante, pero se las ingenian para socorrer a migrantes venezolanos, colombianos retornados y de comunidades de acogida que les piden ayuda.
Una de las lideresas es Carol Rojas, una venezolana que migró y entendió la oportunidad tan grande que significaba insertarse rápido en su nueva tierra. “Nosotros nos identificamos por tener el don de servicio, gracias a ese don de servicios podemos llegar a todas las comunidades; entonces no ha habido ningún inconveniente, más bien nos hemos integrado super bien. No existe ningún patrón de nacionalidad, de religión de raza, lo importante es querer ayudar a los más vulnerables”, asegura.
Cada semana o cada 15 días visitan los lugares y comunidades con mayores necesidades, buscando siempre garantizar la seguridad alimentaria de los migrantes, pero, por encima de todo, buscando que se regularicen para poder tener acceso a toda la oferta de la institucionalidad, y que el nivel de vida de sus paisanos mejore rápidamente.
«Hemos podido articular con ONG muy reconocidas y hemos podido llevar toda la oferta que ellos brindan a las comunidades; y como ya nosotros tenemos el trabajo hecho en campo, poder llevar todas estas ofertas directamente a la persona que de verdad lo necesita».
Carol Rojas, confundadora Fundación Regalando Sonrisas
A las actividades de la Fundación se han vinculado entidades como Adra Colombia, Acción contra el hambre, Fundación entre dos tierras, Fupad, Blumont y el programa Conectando Camino por los Derechos, de USAID, con las que se articulan para prestar la ayuda.
Entre las comadres más famosas de Carol Rojas, la líder del equipo, está un par de hermanas, venezolanas con sangre colombiana, que se convirtieron rápidamente en referente para los migrantes por su constante disposición a ayudar.
Ofir Prada también tiene un drama personal muy grande, pero su entrega por el prójimo es todavía más gigante. “Soy madre de un niño especial y cuando me encuentro casos así también les explicó dónde pueden ir y dónde les pueden colaborar con sus hijos. Es algo muy gratificante porque es dar lo poco que tenemos, porque es que a ninguno de nosotros nos sobra; solamente damos un poquito, un granito de lo que tenemos en casa, de corazón, de sentimiento, para ayudar al prójimo”, asegura.
Su hermana, Marlevis Prada tiene un olfato providencial para saber quién necesita su ayuda con solo escucharlo y tenderle la mano; eso, según dice, le produce demasiada felicidad, y muchas personas acceden y "eso me llena, lo que pasa es que yo soy venezolana, y yo sé por lo que está pasando, y eso duele mucho”, dice con unos ojos radiantes, llenos de una felicidad que nadie se atreve a discutir.
«Cuanto tú vas por la calle y escuchas un habladito así, dices: “uff, ese es venezolano” y de una vez yo soy de las que lo miro y le pregunto: “mira, ¿qué es lo que estás pidiendo? ¿ya estás trabajando? ¿ya tienes tus papeles? ¡yo te ayudo¡».
Marlevis Mata, voluntaria de la Fundación Regalando Sonrisas.
Una de las más activas de Regalando Sonrisas, y también lideresa y fundadora de esta fábrica de sueños, es Clairet Mata, quien salió de Venezuela por una mala praxis médica que le practicaron a su hijo; tiene un corazón tan grande como su amor por la repostería, y no ahorra esfuerzos por tenderle la mano a quien lo necesita, sin importar dónde ni cuándo.
Y lo define a su propio estilo, asegurando que lo importante "es poder llevarle ese rayo de luz a nuestros niños más vulnerables, realizándoles actividades dinámicas; somos 15 mujeres y nos gusta prestar el apoyo y darlo como si fuera todo, porque a pesar de no tener mucho podemos compartirlo y ser felices".
Tal vez la más sabia de todas es Edith Arévalo, una colombiana retornada a quien, a través de un programa de fortalecimiento, le dieron el dinero para comprar una máquina de coser y volver a trabajar como modista.
Hoy, con un orgullo, les enseña a otras mujeres migrantes cómo ganarse la vida en ese oficio, y relata que pocas cosas la hacen tan feliz como ayudar a los niños en las comunidades más vulnerables, porque “a los barrios a donde hemos ido, hemos ayudado bastante a esos niños que se encuentran a veces sin comida, sin ropa, sin medicamentos”.
Albany Rodríguez es la encarnación misma de la alegría. Caminó 45 días desde Venezuela y el antídoto para su tristeza era cantar a rabiar, sin parar. En Colombia descubrió ese don oculto y lo tradujo en una herramienta para darles diversión a quienes atienden.
“Cuando hemos hecho presentaciones a ciertas organizaciones hemos cantado, y la gente se conecta, se anima, baila, se para, o sea, se siente la vibra, la buena energía; como que digan que uno de nosotros tiene ese talento y es tan bonito, tan importante, que alguien nos dé esa sazón”, relata con esa sonrisa que parece no tener fin.
Las integrantes de la Fundación Regalando Sonrisas, de Bucaramanga, siempre tienen disposición de ayudar a la población vulnerable. Foto: Mario Franco
Mientras Albany se ocupa de los pequeños, sus compañeras llevan ayudas en comida y ropa, pero, sobre todo, hacen la magia de empoderar a los migrantes para que se regularicen y puedan tramitar su Permiso Especial por Protección (PPT), para tener acceso a todas las ventajas que ofrece Colombia.
Esa, dicen, es la única ruta para el progreso. Esa, y entender que detrás de cada migrante debe haber una mano amiga dispuesta a hacerle entender que más allá de la tristeza y la nostalgia, integrarse a su nueva vida es una apuesta ganadora.
“Es de suma importancia porque hoy en día Colombia y Venezuela tenemos que andar tomados de la mano, hacer la integración tanto cultural como social, destacando que los venezolanos sí somos buenos, que los venezolanos podemos brindar todos los dones que Dios nos ha dado para poder salir adelante y contribuir a este país muy bonito que se llama Colombia”, añade Carol Rojas.
Lo dice ella que sufrió como pocas y guerreó como todas. Lo dicen todas, las mismas que cuando miran a un migrante venezolano o retornado colombiano, lo ayudan con la firme aspiración de que ninguno de sus sueños se quede en obra negra.
La Universidad Johns Hopkins y la Corporación Red Somos, con el apoyo del Ministerio de Salud de Colombia y Onusida, abordó la situación de salud de la población venezolana migrante en el país.