Venezolanos y colombianos retornados se unieron en una familia para ayudar a sus paisanos en Ipiales. Javier Medina, de chaqueta naranja, nació en San Cristóbal, estado Táchira. | Por: CORTESÍA CASA DEL MIGRANTE
La idea de trabajar duro para labrarse un mejor futuro se le esfumó a Javier Medina cuando, huyendo del hambre y la escasez en Venezuela, llegó a Ipiales, en la frontera de Colombia con Ecuador, el 21 de septiembre de 2018.
Salió de su país como la mayoría, con la bendición de su familia y un morral en la espalda con ropa deportiva y decenas de sueños por cumplir.
Luego de diez días de intensa caminata desde Cúcuta, acortada por aventones en tractomula y pasajes de bus regalados, Javier —como en medio de una epifanía — despertó de la ilusión que había consentido por meses. Ahí, en medio de las interminables filas para ingresar a Ecuador, cruzando el punto migratorio del puente internacional Rumichaca, entendió que sí había que trabajar duro, pero no para procurarse un mejor futuro sino para procurarles un futuro mejor a los demás.
Aunque su cuerpo se había sacudido de dolor en varias oportunidades durante el viaje, ese dolor le llegó al alma cuando, en la vía que lleva de Bucaramanga a Tunja, subió a un camión que transportaba carbón y se encontró adentro con unos 70 caminantes venezolanos acurrucados protegiéndose del frío y la lluvia. "Había hombres como yo..pero también niños, ancianos, mujeres...".
Después de ese episodio, Medina cruzó la frontera de Colombia y permaneció durante varios días en la ciudad ecuatoriana de Tulcán. Allí consiguió dinero vendiendo dulces en las esquinas, pero continuaba pensando en las penurias que pasaban sus paisanos en Rumichaca, soportando bajas temperaturas y hambre. Vio a muchos venezolanos sin pasaporte vender sus pertenencias para pagar a trocheros e ingresar a Ecuador por pasos ilegales.
De regreso a territorio colombiano, Javier no pudo quedarse inmóvil ante la tragedia colectiva de sus compatriotas. Junto con dos amigos y la ayuda de un sacerdote compró varios pollos y verduras para hacer una olla gigante de sancocho. Ese día repartieron 584 platos de sopa a los migrantes varados en el puente por falta de documentos.
En medio del ajetreo del personal de las agencias de cooperación internacional, Javier comenzó a entablar conversaciones con la gente del Programa Mundial de Alimentos y del Proyecto para el Migrante Refugiado de la Pastoral Social de Colombia. En noviembre de 2018 ya se había convertido en voluntario de estas organizaciones y comenzó a participar en talleres psicosociales y en programas con madres gestantes y lactantes. Se dio cuenta de la enorme necesidad de crear una ruta de atención para los migrantes caminantes, que incluyera kits de aseo personal, alimentos y cobijas.
Javier Medina es un líder por naturaleza. Fue caminante dos veces y desde hace tres años se radicó en Ipiales para darle una mano a sus paisanos venezolanos.
La organización Casa del Migrante ha gestionado albergues transitorios para más de 884 núcleos familiares de caminantes. Las ayudas sociales están dirigidas a la población caminante en tránsito y radicada en Ipiales. FOTOS: Casa del Migrante
Javier regresó a Táchira, Venezuela, a pasar la navidad del 2018 con su familia. Pero el 5 de enero ya tenía su maleta lista para caminar de vuelta a Colombia. Esta vez, la travesía desde Norte de Santander hasta Nariño duró 22 días, pues aprovechó la segunda experiencia para detallar los puntos estratégicos donde paraban los caminantes.
Mientras asistía a los talleres de la Pastoral Social, un amigo le propuso crear una fundación. En principio, Javier pensó que era complicado, que requería de mucho tiempo y dedicación. Sin embargo, luego de meditarlo, decidió que era muy oportuno crearla para que la ayuda de las agencias de cooperación internacional llegara a los migrantes más vulnerables.
En enero de 2020 Javier registró legalmente la Fundación Casa del Migrante, con sede en el barrio Alfonso López, de la ciudad de Ipiales. Otros 12 migrantes venezolanos y colombianos retornados, a quienes considera su familia, lo apoyan en cada programa o actividad planificada en beneficio de sus paisanos. En más de un año de trabajo esta organización sin fines de lucro ha caracterizado y beneficiado a 1.759 familias venezolanas radicadas en Ipiales.
“Con las actividades que organizan en la Casa del Migrante nos hemos podido integrar mejor a la comunidad”, dice Luz Mary Villalba, una madre cabeza de hogar venezolana asentada en esta zona fronteriza.
A diario llegan varias familias de caminantes venezolanos al terminal terrestre de Ipiales. Derly Florez y Javier Medina, junto con otros miembros de la fundacióm, les informan sobre las rutas migratorias seguras y les gestionan pernoctas transitorias en los albergues aliados.
Derly Florez, una colombiana retornada que vivió durante 18 años en Caracas, y quien funge como vicepresidenta de la organización, recorre casi todas las noches en su motocicleta las instalaciones de la terminal de transporte de Ipiales, donde suelen agruparse familias muy vulnerables de caminantes venezolanos. Cual ángel de la guarda, arriba con otros integrantes de la fundación para brindarles orientación sobre rutas migratorias seguras y ofrecerles hospedaje en los albergues de paso en alianza con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la Pastoral Social y la organización Kiwanis Nubes Verdes.
En ocasiones, cuando no hay cupos en esas instalaciones, les dan refugio en sus propias casas o habitaciones. Hasta la fecha han gestionado albergues transitorios para más de 884 núcleos familiares de caminantes y en las instalaciones de la Casa del Migrante les ofrecen refrigerios, abrigos, cobijas, ropa y zapatos donados por los vecinos del barrio.
La Fundación también ejecuta programas específicos para la comunidad venezolana LGBT con vocación de permanencia. En alianza con Heartland Alliance International (HAI), la Fundación Oriéntame y la IPS Municipal de Ipiales realizan tamizajes de VIH, entrega de preservativos, pruebas de infecciones de transmisión sexual, implantes anticonceptivos y apoyo psicológico constante.
Los vecinos del barrio Alfonso López tenían cierto rechazo hacia la población extranjera, sobre todo con los que pernoctan en las aceras porque van de tránsito. Sin embargo, el trabajo dedicado de los miembros de esta fundación ha sabido ganar aliados locales, a tal punto que ahora la comunidad se sumó a colaborar con un banco de alimentos y ropa para los caminantes venezolanos.
Otro componente importante que ha reforzado la integración y convivencia en esta comunidad de acogida ha sido el programa cultural en alianza con la Fundación Batuta. Casi 70 niños venezolanos reciben clases virtuales de música desde noviembre del año pasado y ya están practicando en sus casas con un instrumento sinfónico. En junio esperan que se realice el primer concierto musical con estos pequeños.
Dos años después de haber iniciado su segunda caminata desde Venezuela, Javier Medina agradece cada día el propósito que encontró en el camino: ayudar con su equipo a los caminantes venezolanos. Una labor que no ha terminado, pero que ni el cansancio le quita las ganas de continuar.
La sede de esta ONG está ubicada en el barrio Alfonso López, de Ipiales. Javier Medina (tapabocas negro) es el fundador de esta iniciativa. Por esta ciudad fronteriza de Colombia todos los días transitan caminantes venezolanos en dirección a Ecuador, Perú y Chile. FOTOS Casa del migrante
La Universidad Johns Hopkins y la Corporación Red Somos, con el apoyo del Ministerio de Salud de Colombia y Onusida, abordó la situación de salud de la población venezolana migrante en el país.