Charloth vive en Colombia desde el 24 de diciembre de 2015, cuando llegó al municipio de Maicao en La Guajira colombiana después de sortear las trochas de Paraguachón. | Por: DAVID ESTRADA
Sus amigas del barrio Las Parcelas, en el municipio Mara del estado Zulia (Venezuela), fueron las primeras en convertirla en mujer. Como si alistaran a una reina para su boda, cuidaron cada detalle. Recogieron su pelo rubio en un diminuto moño que se asomaba apenas sobre su cabeza, rellenaron su busto con un par de medias y la vistieron con un traje fucsia descubierto en la espalda que hacía juego con unos tacones dorados y muy altos. Ese día, a los 15 años, frente al espejo que reflejaba su rostro maquillado, Cherry José Chirino se convirtió en Charloth.
Ha pasado más de una década desde ese día. Hoy Charloth tiene 29 años y vive en Colombia desde el 24 de diciembre de 2015, cuando llegó al municipio de Maicao en La Guajira colombiana después de sortear las trochas de Paraguachón, dejando atrás su casa y su familia. Desde entonces, su vida ha sido un continuo peregrinar de pueblo en pueblo huyendo de las amenazas y las agresiones. Para una mujer trans y migrante, echar raíces en algún lugar y pensar un proyecto a futuro es casi una utopía. “Yo he estado en Sincelejo, Ipiales, Tunja, Bogotá, Facatativá, Pereira, Manizales, Armenia, Ibagué, Riohacha, Maicao, Fonseca, Hato Nuevo, Medellín”, dice Charloth, como si recitara una lección aprendida de memoria.
Como ella, decenas de mujeres trans venezolanas soportan a diario todo tipo de violencias y señalamientos. Una de las pocas organizaciones que ha trabajado la problemática de la población migrante LGBTI es Caribe Afirmativo, que desde 2019 ha advertido un crecimiento de la violencia contra las mujeres trans migrantes.
En su último reporte, titulado Violencia sobre personas migrantes y refugiadas venezolanas LGBTI en Colombia, Caribe Afirmativo documentó entre enero y noviembre de 2020 tres homicidios contra mujeres trans ocurridos en Santa Marta, Medellín y Soledad (Atlántico). El informe también muestra tres casos de negación de acceso a la salud, dos de abuso policial, uno de desaparición y otro más de negación de servicios por funcionarios de migración.
Para Wilson Castañeda, director de Caribe Afirmativo, dentro del estatuto de protección de migrantes venezolanos aprobado por el Gobierno, las condiciones de las mujeres trans que llegan de Venezuela requieren de un enfoque diferencial, pues son las que enfrentan mayores riesgos, más allá de los que supone vivir en situación de irregularidad. “Ellas —cuenta Wilson— tienen un riesgo de ser cooptadas por redes de trata de personas. Desde Caribe Afirmativo, hemos denunciado prácticas sistemáticas de confinamiento: personas que traen a mujeres trans engañadas desde Venezuela con falsos trabajos. Hemos visto cómo en Santa Marta y Cartagena las encierran y les quitan los pocos documentos que tienen”.
Charloth lucha para que sea aceptada en Colombia. Como ella, decenas de mujeres trans venezolanas soportan a diario todo tipo de violencias y señalamientos. FOTO: David Estrada
La lista de violencias contra las mujeres trans venezolanas es larga: abuso policial, maltrato del personal de migración, amenazas en las calles, agresiones físicas. Elegir no es una opción para una mujer trans que cruza la frontera. La gran mayoría ejerce la prostitución. Algunas logran trabajar en salones de belleza, pero incluso allí soportan maltratos: patrones que les pagan menos por el hecho de ser venezolanas, clientes que se rehúsan a ser atendidos por ellas y las insultan. “La gente no se da cuenta del riesgo que corremos, ni les importa. Yo todos los días me monto en un carro con un extraño sin saber si voy a regresar”, dice Charloth, quien desde que llegó debe vivir con los bríos y el ojo atento de quien es perseguido.
En estos años en el país ha sido víctima de violencia. En Maicao, solían amenazar a las trabajadoras sexuales venezolanas: las asustaban haciendo disparos, las apedreaban y las amenazaban con machetes. Era frecuente que la Policía las subiera en una camioneta y las lanzara al otro lado de la frontera. “Nos golpeaban, nos cortaban el pelo y nos arrojaban a la trocha a las once o doce de la noche. Nosotras caminábamos un rato y buscábamos por dónde regresar. Un día nos cogieron hombres armados con fusiles, de los que mandan en los pasos, y nos obligaron a tener relaciones sexuales con ellos. Si no lo hacíamos, nos mataban”.
Caribe Afirmativo ha desvelado la situación de vulnerabilidad de las mujeres trans y la población LGBTI venezolana en Colombia. Pensado en su protección, en 2019 abrió un proyecto llamado Integra, el cual trabaja con la ciudadanía venezolana para el fortalecimiento del liderazgo LGBTI de personas migrantes y refugiadas por medio de talleres de formación, acompañamiento institucional y ejercicios de incidencia social y política.
Integra opera en el Caribe, el Catatumbo y Nariño. Hoy, 45 mujeres trans de origen venezolano forman parte del proyecto que cada semana abre un espacio virtual o presencial con una dinámica triple: dar atención psicosocial y jurídica; brindar ayuda humanitaria, y juntar a las migrantes con activistas LGBTI de Colombia para generar integración y que conozcan más sobre sus derechos en en el país.
Charloth perdió la cuenta de las veces en que ha sido insultada, amenazada, golpeada. En mayo de 2020, en el sector del Mercado, en Valledupar, Charloth y otra lideresa trans llamada Yuliana fueron abordadas por dos policías que increparon a Charloth por no llevar tapabocas. Cuando Yuliana empezó a grabar la escena, el policía intentó quitarle el celular. En su declaración de los hechos, Yuliana afirmó que el uniformado le dijo: “Usted no es una mujer. Sigue siendo un hombre”.
“Los policías —dijo Yuliana en su demanda por abuso policial— me empujaron y me retiraron del lugar, mientras tanto golpeaban a Charlotte con los bolillos, con sus puños e intentaron subir a un camión (sic), seguían agrediendo verbalmente. Ante la situación intenté ingresar para defender, recibiendo empujones y más agresiones verbales. En últimas se cansaron y nos dejaron en la calle”.
Esta venezolana ha vivido en varias regiones de Colombia. Actualmente está radicada en Medellín, ya que en Valledupar las amenazas de muerte a las mujeres trans venezolanas eran cada vez más constantes. FOTOS: David Estrada
Charloth no ha cumplido los treinta, pero ha vivido más de lo que se imaginaba para su edad. Hace dos años fue acusada del homicidio de un hombre en Valledupar. La víctima fue apuñalada en una riña con varias mujeres trans. Charloth fue enviada a la Cárcel Judicial de Valledupar, donde permaneció nueve meses hasta que un juez la dejó en libertad por vencimiento de términos.
En sus días de prisión, compartió el patio número cinco con violadores y personas de la tercera edad. Pronto su voz de líder se hizo sentir. Cuando averiguó que en otros patios había más mujeres trans, pidió que las trajeran todas, pues tenían derecho a un lugar para ellas. “Un mes después, éramos como 17 en el patio”, recuerda.
Todas las mañanas, en un fallido ejercicio de lavado de cerebro, las despertaban a todo volumen con un vallenato cristiano cuya letra dice: “Y usted, varón, aunque se vista ni mujer, camine ni mujer y ande como mujer, seguirá siendo varón”. Un día, el pastor dijo que el VIH venía de las relaciones homosexuales. De inmediato, Charloth se levantó de su puesto enfurecida. “Lo insulté, lo ofendí….Se me salió lo venezolano y lo colombiano porque él como pastor no puede usar la palabra de Dios para discriminar”. Charloth no volvió más al culto y, en cambio, organizó su propio grupo con varios hombres de la tercera edad. También logró que la canción que despertaba a los internos de su patio no se volviera a escuchar.
Al salir de la cárcel, se marchó a Medellín, pues en Valledupar las amenazas de muerte a las mujeres trans venezolanas eran cada vez más constantes. Hoy vive con su pareja, Jonathan, a quien conoció en la cárcel. Él trabaja como operario en una fábrica de confección de jeans, mientras que ella sigue prestando servicios sexuales. Quiere aprender confección pero el dinero no alcanza para cubrir los gastos. “Necesito aprender a usar tres máquinas: plana, dos agujas y fileteadora. Pero cada curso me sale en 243.000 pesos que no puedo pagar”.
Su gran sueño es abrir una peluquería propia y poner en práctica cuanto sabe de estética. “Metería puras chicas trans que trabajan en la calle, que yo veo que pasan maltrato físico... Que trabajen en mi peluquería y aprendan a hacer cuatro o cinco peinados. Incluso les pondría unos cuartos. Si quieren putear, pues que lo hagan, que metan los clientes ahí. Pero por ahora todo es un sueño, porque a veces ni siquiera tengo para comer”.
La Universidad Johns Hopkins y la Corporación Red Somos, con el apoyo del Ministerio de Salud de Colombia y Onusida, abordó la situación de salud de la población venezolana migrante en el país.