Esta pareja es ejemplo de integración, armonía y paz entre colombianos y venezolanos. | Por: CORTESÍA ASANGEL
A Duyelis Caballero le era común tomar un transporte público, a las 4:00 de la tarde en un día cualquiera, de Maracaibo, para atravesar la frontera con Colombia y llegar a Maicao. A veces viajaba en la mañana a Colombia y, a las 4:00 de la tarde estaba de vuelta a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad del Zulia (LUZ) en Maracaibo, donde estudiaba derecho y de donde egresó en 2006 como abogada.
Sí, atravesaba la frontera con la misma facilidad de quien se traslada de su casa a un centro comercial y viceversa. “Era rápido. Antes, no se hacían colas ni trancas”, recuerda.
Además de ejercer el Derecho en su país natal y trabajar en el Colegio de Abogados del estado Zulia, Duyelis se rebuscaba comprando mercancía en Maicao para llevar a Maracaibo. Para entonces, la situación sociopolítica y económica de Venezuela no era tan grave y ella podía brindarles estabilidad y calidad de vida a sus padres y, luego, a sus dos niños.
“Siempre he sido una mujer emprendedora, echada pa’lante, independiente. Me gusta ganarme mis cosas por mi propio esfuerzo”, afirma con seguridad. Pero, como a tantos venezolanos, la migración le tocó puertas adentro. El padre de sus hijos —nativo de Riohacha— se marchó a Ecuador en busca de mejores ingresos. El tiempo y la distancia fueron los corrosivos del matrimonio y de la familia. Ya el salario y los otros ingresos de Duyelis no llegaban a final de mes.
Pero ella no se conformó ni hizo dramas. Asumió su realidad, la afrontó y, de nuevo, echó pa’lante. Ella tenía su nacionalidad colombiana, su papá nació en Barrancas —al Sur de La Guajira— y su mamá, en Chimichagua (Cesar). Siempre le gustó Colombia, y se siente bien en la tierra de sus padres.
Duyelis Caballero tiene 36 años. Disfuta su trabajo asesorando a migrantes venezolanos en Riohacha.
Duyelis recuerda que todas las vacaciones escolares y algunas navidades las pasó en Riohacha junto con sus cuatro hermanos mayores. Además de la familiaridad y la legalización de sus documentos ya había vivido en esta región de Colombia, cuando estudió el Técnico en Criminalística y Asistencia Judicial, en el Instituto de Educación Colamérica.
Por un tiempo trabajó en Riohacha vendiendo la mercancía que traía de Maracaibo: chorizos, chuletas ahumadas; panes dulces; camisetas y zapatos deportivos. Se quedaba en casa su abuelo paterno, quien ya la había recibido. Hasta que decidió emigrar definitivamente a La Guajira, con el pago de sus vacaciones como abogada. Cuando regresó a Maracaibo renunció al Colegio de Abogados; vendió sus cosas, dejó temporalmente a sus hijos con sus padres en Maracaibo y emprendió una nueva vida en Colombia.
Entonces, corría el año 2015. Una amiga de su prima se movía en el ámbito político en el municipio Albania. Duyelis comenzó a ayudarla entregar donaciones en comunidades y en escuelas. Pero, en ese proceso, organizó todos los inventarios, llevaba el orden de todas las jornadas, conocía como se organizaban… Aquella buena samaritana le ayudó a conseguir sus primeros trabajos y, sin saberlo, fue cupido: le presentó a su hermano, Alberto.
Aunque, en principio, reconoce Duyelis, que no estaba interesada en comenzar una relación, la empatía se fue dando naturalmente: traslados, conversas, la invitación a salir y más conversaciones. Ambos estaban separados. Se hicieron amigos y, en una salida, Duyelis le permitió a Alberto algo más que el cortejo: aceptó unirse a él como pareja.
Desde el año 2018 forma parte de la Asociación Salto Ángel, que trabaja por la población migrante en La Guajira,
“Con él me sentía tranquila, segura. Los dos teníamos tiempo sin compañía y con nuestros hijos. Nos acompañamos y nos apoyamos tanto que un día decidimos mudarnos juntos”, relata Duyelis.
Alberto Rojas Ipuana tiene 40 años y es wayuu, de La Guajira colombiana. Hombre observador, calmado, con carácter; pero prudente que conoce el valor de la palabra. Esa que le empeñó a Duyelis y que le cumplió cuando la ayudó a traerse a sus hijos de Venezuela para formar una familia. “Gracias a ella, logré mi meta de estudiar contaduría pública. Eso ha mejorado nuestra calidad de vida”, valora Alberto.
En su casa, en Riohacha, viven los dos hijos de Duyelis y, eventualmente, la hija de Alberto. Pero, ambos ya tienen una en común: Tashalen, que en lengua wayuunaiki, significa “Mi última hija”.
A pesar de las 37 semanas de gestación que tiene, Duyelis no para de trabajar en la Asociación Salto Ángel con distintos proyectos que desarrolla esta organización para integrar a la población migrante venezolana. Lleva en orden las finanzas, presenta informes, asesora legalmente a las poblaciones migrante y retornada. En este servicio social la acompaña Alberto no solo en las cuentas; sino, también, en ese sueño de ser y hacer parte de la paz, la hermandad y la armonía entre colombianos y venezolanos.
“Al principio yo ni sabía que ella era venezolana. Eso no me ha importado nunca. Ella es muy sencilla, amable, muy razonada, excelente madre. Es de admirar. Tiene muchas cualidades y negativas, poquitas (risas). El don de la palabra es fundamental para el diálogo y nosotros lo practicamos”, resalta Alberto.
Mientras que Duyelis, sonriente, a su lado expresa que Alberto la ha ayudado a reconstruirse como mujer y como ser humano. "No ha señalado mis defectos; sino que me ha hecho ver cómo puedo hacer las cosas de una mejor manera… Él le dice: ‘si quieres y te gusta, apoya a tus connacionales que yo te apoyo y te acompaño’”.
La Universidad Johns Hopkins y la Corporación Red Somos, con el apoyo del Ministerio de Salud de Colombia y Onusida, abordó la situación de salud de la población venezolana migrante en el país.