La compleja problemática de la migración -venezolana o de cualquier otra parte del mundo- se vive distinto dependiendo del lugar en que discurra o en que se asiente.
El tema es un asunto de la mayor importancia. Es imposible atender con eficacia un fenómeno que encierra tantas complicaciones si no estamos dispuestos a comprender los detalles y las particularidades de los migrantes que llegan, así como de las poblaciones locales que los reciben y sus condiciones de vida.
El municipio de Ipiales se encuentra a tan solo tres kilómetros del puente internacional de Rumichaca, el principal paso fronterizo entre Colombia y Ecuador. Es una región fría, ubicada a casi 1.900 metros de altura, con una temperatura que en la madrugada puede descender hasta a un insufrible grado centígrado.
Desde que empezó el éxodo venezolano, por Ipiales han pasado miles de migrantes de ese país en condiciones realmente deplorables, algunos de los cuales (las cifras hablan de por lo menos mil familias) se han quedado a vivir.
Mientras se surten los trámites de ingreso al Ecuador, han llegado a quedarse de este lado de la frontera hasta 7.000 venezolanos en el puente. En su mayoría son niños, ancianos, mujeres embarazadas y discapacitados, que han tenido que dormir durante días con ropa ligera de clima caliente y pasando mucha hambre.
Los venezolanos que entran por Cúcuta no son los mismos que llegan a Rumichaca: los primeros vienen huyendo, sí, pero con expectativas de futuro. Los segundos llegan exhaustos, maltrechos, han recorrido 1.500 kilómetros, casi todos a pie. Su fatiga es enorme y vienen agobiados por el miedo y cargan en la espalda la nostalgia del pasado que dejaron atrás.
A diferencia de los procesos que tanto preocupan a los europeos y a Estados Unidos, las migraciones que vivimos en Colombia, especialmente al sur, son de gente venezolana muy pobre llegando a poblaciones de gente colombiana pobre también.
No obstante el escenario, en Ipiales se ha hecho hasta ahora cuanto se ha podido para ayudar a estas comunidades, con recursos propios y de la cooperación internacional. Pero estos fondos tienen límite; los primeros ya dejan un déficit importante en salud y maltrechas las finanzas municipales y los segundos parece que llegan a su techo. Es una lucha difícil y a contracorriente intentando vencer al mismo tiempo las adversidades de los que llegan y las penurias de los que están. Por ello no es fácil evitar que aparezcan brotes xenófobos, pues algunos sienten que la ayuda que se presta a los migrantes es una resta a los recursos disponibles que deberían destinarse exclusivamente para cubrir las necesidades de las poblaciones locales.
Esa idea persiste en la opinión, por lo que se hecho necesario utilizar medios pedagógicos, para que se entienda que la ayuda humanitaria es un imperativo moral que ninguna sociedad civilizada puede rehuir. Sin embargo, mientras se logra ese objetivo para el que aún falta mucho, subsisten ese tipo de creencias que pesan tanto a la hora de las acciones.
Y viene lo peor. El actual presidente del Ecuador, Lenin Moreno, tomó los mismos caminos de Bolsonaro en Brasil o de Macri en la Argentina que, no contentos con adoptar medidas abiertamente retardatarias contra su propia gente, decidieron seguirle los pasos a Trump y la emprendieron contra las poblaciones migrantes del continente.
Lo primero que hizo Moreno, hace meses, fue expedir una norma exigiendo la presentación del pasaporte a los venezolanos para entrar al Ecuador, sabiendo que el documento era imposible de obtener. Por fortuna la Defensoría del Pueblo de allá demandó por inconstitucional la medida y ganó, la derogó. Poco después empezaron a exigir el pasado judicial, sabiendo otra vez que el gobierno de Maduro no expide el documento; pero igual, tampoco lograron aplicar la medida.
Sin embargo, el gobierno de Lenin Moreno no desistió, y ordenó ahora que se exija una visa “humanitaria” a los migrantes; a todos, incluso a los que van de paso. Lo de humanitaria no es más que un título engañoso con el que Moreno pretende ocultar sus verdaderas intenciones, a la vez que maquillar un proceso que va en contravía de los acuerdos de cooperación vigentes y suscritos con gran parte de los gobiernos de América Latina.
Dice el nuevo decreto de Moreno: “Otorgar una amnistía migratoria para todos los ciudadanos y ciudadanas venezolanos que no hayan violado las leyes del ecuado”. Y más adelante señala -como en la letra chiquita de los seguros- que la visa debe pedirse exclusivamente en los consulados de Bogotá, Lima y Quito, y en ninguna otra parte, y que debe cancelarse una suma “irrisoria” de 50 dólares por solicitud. Además, obligan a cumplir con un par de requisitos “sencillos” adicionales, como adjuntar el pasaporte y el pasado judicial (ambos): lo que podría llamarse la infamia del “tres en uno” de Lenin Moreno.
Con este contexto, y a partir del próximo 26 de agosto, quedó entonces prácticamente prohibida la entrada de cualquier venezolano al Ecuador, aún para quienes pretendan tomar rumbo hacía otros países. Y con el mensaje para los que ya están viviendo allá, de que van a tener que devolverse muy pronto para Colombia, que es donde los reciben. Como quien dice, para Ipiales, aquí, en la frontera.
Así las cosas, todo parece indicar que Ipiales se terminará convirtiendo en los próximos días, y como nunca antes, en un embudo de llegada por norte y sur y sin plata ni infraestructura para resistir el represamiento.
Y la verdad es que los problemas que ya se tienen son muchos y de diversa índole: el número de migrantes que están llegando y no van a tener a donde ir, los albergues que hay no alcanzan, muchos migrantes son niños sin acompañantes adultos y se presenta el problema de la separación de familias, los riesgos de mujeres y niñas por el delito de trata son enormes. Además, hay problemas de drogas y los jóvenes pueden ser fácilmente vinculados a bandas delincuenciales o grupos armados ilegales. Aunque la Defensoría del Pueblo dice que hay once rutas de paso ilegales, la policía sostiene que ha descubierto más de cien. No se cuenta con capacidad suficiente para brindar atención médica ni psicológica. Falta comida, cobijas, camas, ropa y muchas cosas más. Todo esto, sumado a una temperatura de 1 o 2 grados centígrados en la madrugada. Las condiciones de supervivencia se tornan muy difíciles.
El gobierno nacional anunció hace poco un plan de contingencia para atender el aumento del flujo migratorio hacia Ecuador. Hasta donde se sabe, no es más que un conjunto de medidas que pretenden facilitar y acelerar el paso de los migrantes antes de que entre en vigencia la exigencia de la visa. Eso en algo puede ayudar, pero es absolutamente insuficiente.
El gobierno colombiano se ha quejado públicamente por la falta de apoyo de la región (solo se ha recibido el 30% de los recursos prometidos por los vecinos) para atender la crisis migratoria. El gobierno de Duque se ha comprometido enfáticamente con recibir en el país a estas comunidades, y eso está bien, pero tiene que entender que la buena voluntad de recibir población migrante no puede limitarse al discurso político: tiene que haber acciones efectivas para enfrentar un fenómeno tan grave como el que estamos viviendo.
Hay que conseguir y disponer recursos, hay que planificar, probar y ejecutar alternativas y hacer cumplir los acuerdos que se han firmado con los vecinos. Es la única forma como se puede convertir un problema latente en una oportunidad.
*Defensora de derechos humanos, miembro de www.PazAportes.org
Las opiniones de los columnistas en este espacio son responsabilidad estricta de sus autores y no representan necesariamente la posición editorial de PROYECTO MIGRACIÓN VENEZUELA.
Los derechos de la niñez migrante y refugiada han de ser una prioridad hoy y siempre.
La Universidad Johns Hopkins y la Corporación Red Somos, con el apoyo del Ministerio de Salud de Colombia y Onusida, abordó la situación de salud de la población venezolana migrante en el país.