Todos los migrantes experimentan un duelo y, aunque muchos no reconozcan las fases que viven, este proceso puede marcar su proceso de integración en el país de acogida. | Por: FREEPIK
Verónica Patrón tenía 24 años cuando llegó desde Maracaibo, capital del estado Zulia, a Bogotá. Era el año 2015. En su ciudad, así como en el resto de Venezuela, era cada vez más difícil conseguir comida y medicinas. La posibilidad de estudiar un posgrado la impulsó a empacar sus maletas y viajar a Colombia. Los primeros seis meses fueron los más difíciles, especialmente porque tuvo que pasarlos sola. "Cuando tenía un problema o me hacía falta mi familia no tenía ni siquiera con quién compartirlo. Tampoco tenía muchos amigos aquí en ese momento", recuerda.
Justo después de pisar otro país, los migrantes sienten una incertidumbre permanente frente a lo que les depara el futuro, y también ansiedad por lograr adaptarse a su nueva realidad. Por eso se habla del duelo del migrante que, como explica la psicóloga Nathalia Cruz, "está basado en el sentimiento de desarraigo, de que no están la familia y los amigos. Este es un sentimiento de larga duración, porque las cosas no están perdidas del todo".
Durante dos años, Cruz fue delegada de la Defensoría del Pueblo, como Defensora Comunitaria de Frontera, en Norte de Santander. Allí comprobó que, si bien es un estado entendible, el dolor que genera irse de su país depende de lo mal o bien que le vaya al migrante en el país de acogida. Desde luego, esto último está estrechamente relacionado con el nivel socioeconómico, educativo y la posibilidad de encontrar o crear círculos sociales de apoyo de cada migrante.
Al igual que Verónica, en los últimos dos años, unos 117.876 venezolanos se han instalado en Bogotá, según las últimas cifras de Migración Colombia. De ellos, 43.483 están viviendo de forma irregular, es decir, ingresaron legalmente al país pero su visa o permiso venció, su documentación es falsa o les cancelaron el permiso concedido. En todo caso, el drama de empezar una nueva vida sin documentos lo viven muchos más, pues las cifras oficiales no contabilizan a todos los venezolanos que entran al país por las trochas, que se extienden por los 2.300 kilómetros de la frontera colombovenezolana.
En la mayoría de casos, quienes migran y se instalan en un nuevo país deben poner en marcha sus nuevas vidas rápidamente y no son conscientes de que este cambio trae consigo un duelo. Alejandro Méndez, líder de la iniciativa Cedrizuela, que agrupa a venezolanos en Bogotá, asegura que "la gente que está llegando tiene que salir al día siguiente a trabajar, y no está consciente de ese duelo".
Aunque cada migrante vive un proceso distinto, el duelo tiene tres fases: impacto, confusión y adaptación. Cada una está sujeta al contexto y a las capacidades de la persona, que pueden hacer el proceso más sencillo o más complicado.
El impacto está relacionado con el choque emocional inicial. En esta etapa se presentan emociones como tristeza, nostalgia, miedo, rabia, esperanza e ilusión.
La confusión surge al enfrentar situaciones desconocidas. Ante estas, el migrante busca resolverlas con sus habilidades y, si es posible, con el apoyo de otras personas.
La adaptación se logra cuando el migrante supera las dificultades iniciales ajusta su comportamiento al nuevo entorno. Entonces, se puede hablar de integración.
Ver el vaso medio lleno
Colombia y Venezuela comparten rasgos culturales que podrían facilitar la adaptación de un migrante venezolano. Sin embargo, y como explica la psicóloga Claudia Botero, "así como las personas suelen pelear más con sus familiares que con extraños, la migración hacia países hermanos puede generar rivalidad entre los migrantes y los receptores". El resultado es que los locales pueden sentir que los migrantes son su competencia. Por eso, experiencias cotidianas como arrendar un apartamento, encontrar un colegio o una universidad, conseguir atención médica o trabajar se vuelven más difíciles. Esto, como es natural, vuelve a los migrantes mucho más vulnerables emocionalmente.
"Al principio, mi socio y yo decíamos que éramos de Montería, y usábamos el acento para sonar colombianos", recuerda Luis Gerardo López. Este chef ejecutivo llegó de Caracas en 2012 por una oferta de trabajo, y hace un año abrió un restaurante en Cedritos, al norte de Bogotá. Cuando el restaurante de Luis llevaba apenas un par de meses, dos colombianos lo identificaron como venezolano y lo insultaron, le tiraron la comida al piso, y le gritaron que él y sus compatriotas eran un problema. Seis años después, cuenta que 80% de sus clientes son colombianos y son quienes lo han ayudado a continuar con el negocio. No todos los colombianos son iguales, es la conclusión con la que Luis se queda, no solo para confiar en sus oportunidades sino para no amargarse la vida.
Gilberto Mora llegó a Colombia convencido de que encontraría un trabajo para enviar dinero a sus hijos en Venezuela. Pero las cosas no han salido como esperaba y ahora, entre la frustración y la decepción, espera poder irse a Perú, con la esperanza de encontrar allá las oportunidades que ni su país ni Colombia le dieron. © MIGUEL GALEZZO | PROYECTO MIGRACIÓN VENEZUELA
No vivir en el pasado
Carlos Osorio es un venezolano hijo de colombianos que llegó a Bogotá cuando tenía 17 años. Migrar no fue su decisión; sus padres acordaron que debía estudiar la universidad en Colombia. Él pensaba que ya conocía el país porque cuando era pequeño había pasado varias vacaciones, pero radicarse fue diferente. Se sentía impotente al ver las noticias de Venezuela que mostaban estantes vacíos en los supermercados, y definitivamente ese apego no le estaba ayudando. Después de un tiempo prefirió seguir la actualidad colombiana y tratar de conocer su nueva ciudad. "Tenemos que pensar que si vamos a vivir aquí necesitamos entender a la gente de aquí. Poco a poco, la persona que llega se va adaptando", asegura hoy con 23 años.
En las visitas que hacía a su familia en Venezuela, Verónica Patrón descubrió que seguía muy aferrada a los recuerdos:
«Ya no queda nada de ese país que uno recuerda. Al volver, el choque es aún más duro porque todo es diferente, incluso las calles parecen raras. En Venezuela, nos quitaron hasta el derecho de sentirnos en casa»
No solo es asunto del migrante
La migración venezolana es un fenómeno sin precedentes en América Latina y Colombia, en particular, no es un país acostumbrado a recibir migrantes. Aunque el gobierno colombiano y los organismos internacionales han concentrado sus esfuerzos en brindar atención humanitaria, el acompañamiento psicológico a migrantes no ha sido una prioridad hasta este momento.
La migración de venezolanos a Colombia es apenas el inicio de un proceso que no se termina por más que se detenga el éxodo, se prolongará y hará parte de la historia de ambos países. Como explica el internacionalista Mehmet Ozkan, experiencias internacionales de este tipo evidencian que generalmente solo un tercio de la población inmigrante regresa al país de origen. Ante ese panorama, los esfuerzos del gobierno deben orientarse a lograr la integración exitosa de los venezolanos que decidieron que Colombia será su nuevo hogar.
La integración es, en términos sencillos, que los inmigrantes se sientan parte del país de acogida. Esto incluye, además del buen trato, que puedan ejercer plenamente sus derechos al acceder a salud, educación, vivienda y empleo. Si se sienten así, integrados, asumirán con sentido de pertenencia los deberes que su nueva sociedad les impone, como el cumplimiento de las leyes o el pago de impuestos, por ejemplo.
La desigualdad en Colombia representa un reto adicional, pues un considerable sector de la población ya enfrenta dificultades para acceder a derechos y oportunidades, y con la llegada de migrantes aumenta la posibilidad de colapso. Según informes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Colombia ocupa el segundo lugar en el ranking de desigualdad en la distribución del ingreso. Para hacerse una idea del desbalance, solo el 1% de los ricos concentra el 20% del ingreso nacional.
«Si Colombia no integra a los venezolanos con una planificación seria, naturalmente los venezolanos que están en el país van a generar entre los colombianos un sentimiento negativo».
MEHMET OZKAN
EXPERTO EN MIGRACIÓN
Los expertos aclaran que aún no existen suficientes estudios que analicen los impactos psicológicos de la migración, pero hay evidencia de que cuando las condiciones sociales y culturales son difíciles en el país receptor, estos pueden ocasionar problemas psicológicos o familiares, ansiedad y hasta depresión en los migrantes.
Que el duelo sea más fácil o más difícil no solo depende del migrante, el entorno cumple un papel determinante. La ecuación es simple: a una sociedad que recibe migrantes le conviene reducir el impacto del duelo, no solo porque su desatención puede ser una carga adicional para el sistema de salud, sino porque será quien asuma las consecuencias sociales de tener habitantes frustrados, desesperanzados o sin sentido de pertenencia.
El programa Empropaz ha apoyado a más de 176.000 personas de 92 municipios, en 17 departamentos, afectados por la violencia y la pobreza, con gestión para el emprendimiento, fortalecimiento empresarial y finanzas productivas.